Especial: ¿Navidad?

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Este especial no está relacionado con la trama original de la historia. 

Yuuri.

Ayer, Vitya y yo fuimos a las plazas comerciales para comprar los regalos de Navidad. Esta mañana, él vino a dejar las cajas debajo del pino que los dos adornamos en noviembre y trajo a los perros. ¡Eso era una pésima idea!

Por supuesto, nos metimos a la cocina para preparar el desayuno y descubrimos que Vicchan ama las esferas rojas. Ahora nuestro pino se ha quedado desnudo sin esas pelotas brillosas y la situación es un desastre. La Navidad se ha arruinado.

—¡Hay una bolsa para mí! —exclamó, arrodillado frente al arbolito con Makkachin acostado a su derecha y Vicchan mordisqueando un peluche.

—Sí, pero no vayas a abrirlo —advertí sentado en una silla del comedor, pues picaba unas frutas para hacer un postre—. No, contigo funciona al revés. ¡Ábrelo!

—Shuuri, qué cruel —refunfuñó, mientras se reincorporaba con el regalo en sus manos. ¡No me había obedecido!

—Haz lo que quieras —bramé enojado, creyendo que el insensible de mi novio iba a apiadarse o mínimo me haría caso, pero no.

Comenzó a desenvolver la pequeña caja y lo ignoré por unos segundos, hasta que un grito de felicidad me sorprendió. Regresé la mirada hacia su dirección y contemplé lo que sostenía con mucho cariño, como si no deseara perderlo.

—¿Q—Quién demonios te dio eso, maldito ilegal pervertido? —cuestioné, soltando el cuchillo antes de cometer asesinato. La Navidad no sería agradable en la cárcel.

—¡Tú! —vociferó, apuntándome con su dedo índice—. Tú me has dado esto, Shuuri.

—¿Yo? —repliqué, enarcando una ceja en clara señal de desaprobación—. ¿Por qué yo te obsequiaría eso?

—Porque tienes unos fetiches bien escondidos —respondió, esbozando una sonrisa; una sonrisa llena de lascivia.

—M—Mentiroso —tartamudeé, agachando la cabeza. No podía sentirme más avergonzado, era un error—. S—Se supone que sería...

—¿Una caja de condones? —inquirió, y oí sus pasos aproximándose hacia mí; sigilosos, callados y rápidos—. ¿Un látigo? ¿Un vibrador rosado con aroma a lavanda?

—¡No existen! —contradije, retrocediendo lentamente, pero no había escapatoria—. Deja de molestarme, fue una equivocación de la vendedora.

—¿O eran tus sucios pensamientos actuando por ti?

Me quedé mudo unos minutos, olvidando a Vitya y recordando a la mujer que estaba formada detrás de mí. Ambos habíamos pedido que envolvieran nuestros obsequios, pero ¿por qué? ¿Por qué los confundieron? ¿Cómo es posible que me entreguen una tanga roja en lugar de un pijama con estampado de perros?

Es increíble que haya pasado esto. ¡Esa chica tiene que pagar por lo que hizo! No es justo que Viktor...

—Woah, amazing! —canturreó, sacándome de mi nube imaginaria—. No me luce mal, Shuuri, pero El poderoso se sale y siento el aire en mi trasero.

—¡Santos Shuuris, Viktor Nikiforov! —grité al contemplarlo vistiendo esa tanga que no lo cubría a la perfección y su camisa desabotonada; una imagen sensual y provocativa, digna de una escultura como él—. Quítate esa cosa.

—¿Qué? ¿Mi pene o la prenda?

—¡La tanga que debe asfixiarte las nalgas! Vas a dejarlas aplastadas como un pan, Viktor —contesté, preocupándome más porque no quería que sus lindas nalgas perdieran su forma redonda.

—Ya entendí, ya entendí —bufó desanimado, y como si el cielo y todos sus angelitos estuvieran en mi contra, el sonido de la alarma de incendios se activó—. Shuuri, hay que irnos de aquí o nos quemaremos como pavos de cena navideña.

Corrimos apresurados del departamento y nos topamos con los vecinos, quienes comenzaron a carcajear al ver a mi novio en ropa íntima y una camisa con la que trataba de ocultar su bultote. Bajamos por el elevador hasta la recepción, en donde los demás murmullaban sobre la preciosa retaguardia del ruso.

—Es un dios —articularon varios al unísono—. Un hijo de la diosa Afrodita con un mortal de belleza semejante.

—Es el regalo de Santa —anunció Vitya, sonriendo a la gente que lo admiraba y empezaba a fotografiarlo.

—Tu pareja todavía no acierta tu talla —comentó el vigilante, que ya sabía de nuestra relación—. Deja que te haga un molde.

—Y nos los vendes —añadió una señora, guiñándole un ojo a mi novio.

—Estas nalgas tienen dueño, Madame —admitió con una voz cautivadora, una que arrancaba suspiros y orgasmos—. Mi dueño es celoso, no podría vender lo que ha comprado con su bello corazón.

—Aparte es un muchacho romántico —cuchichearon las mujeres, embobadas no sólo con el trasero de Viktor, sino también con la majestuosidad que le colgaba en las piernas.

—Feliz Navidad, Shuuri —expresó casi inaudible y mostrándome su hermosa dentadura debido a que no podía abrazarme porque sujetaba la camisa con la que se tapaba—. Espero mi regalo principal en la cama.



Nota:  la sorpresa se acerca... 

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