XLIII: Sueños lejanos

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Viktor.

—Todavía eres mi niñera, pero al cumplir los dieciocho quiero que te conviertas en mi prometido.

Shuuri asintió y se abalanzó a mí al segundo siguiente, aferrándose a mi cuello sin importarle que me estuviera ahorcando. Yo sólo pude suspirar aliviado y correspondí a su caluroso abrazo.

—Deberíamos terminar de festejarlo en un hotel temático —sugerí, recibiendo como respuesta una mordida en mi hombro derecho—. Bueno, no.

—Acepto —murmulló cerca de mi oreja para después depositar un beso sobre el lóbulo de ésta—. Acepto ser tu prometido y claro que acepto lo que eso conlleva en un futuro.

—La boda, los hijos de los perros, una casa grande y nuestros hijos —comenté entre risas que Yuuri imitó luego—. Es un futuro radiante.

...

—Sarah —dije, ingresando a la cocina. La esposa de mi padre movía con una cuchara la comida dentro de una olla.

—Vitya, bienvenido —saludó, haciéndome una seña para que fuera hacia ella—. Vladimir está en la tienda con Eliza.

—¿Cómo te pidió matrimonio? —cuestioné curioso, recargándome en la encimera detrás de ella para tener mejor alcance a sus expresiones—. Papá no es romántico, ¿o sí?

—No, no lo es —admitió, resoplando—, y es torpe —añadió para su mala fortuna, haciendo una mueca divertida con los labios—. Él olvidó la caja en su pantalón y esa mañana estaba recolectando su desastre en la habitación, así que levanté la prenda y cayó.

—¿Tan estúpido? —inquirí con la boca entreabierta por la sorpresa—. No puedo creerlo, es absurdo.

—Es maravilloso como científico, pero como pareja no tiene experiencia —argumentó, carcajeando por sus propias palabras. Más que enojarle, le alegraba la personalidad de mi tonto padre.

—Y cuando viste la caja, ¿la devolviste a su lugar?

—Sí —afirmó mientras agarraba una tabla con trozos de papa picada y los vaciaba en el caldo—. Incluso acomodé el pantalón en el cesto de la ropa sucia para que lo notara, pero nunca captó mi mensaje de: ¡te descubrí!

—Menos mal yo sólo heredé su apariencia, porque su inteligencia está por debajo del promedio —refunfuñé, recibiendo un golpecito con un objeto en la cabeza.

—Gracias por quererme tanto —bufó papi Vladi, quien entraba con unas bolsas del súper y Makkachin le secundaba los pasos—. Cariño, ¿me pediste puré de tomate o salsa de tomate?

—Amor, era puré —respondió, girándose para besuquear la mejilla de su esposo—. ¿Y trajiste el kilo de tomate?

—¿Qué? ¿No por eso me pediste el puré?

—Sí, también, pero necesitaba ambos —rezongó, exhalando. Supongo que se rendía, tal y como había dicho, papá es un excelente científico.... Nada más.

—Le propuse matrimonio a Yuuri —confesé de repente. Sí, muy de repente. No era el momento, pero ya lo he dicho.

—¿Matrimonio? —replicó San Vladimir, observándome estupefacto. Por su ridícula reacción, estaba asimilando la información en su cerebro.

—En la mañana lo llevé a un parque y ahí le pedí matrimonio, aunque no he cumplido los dieciocho y no tengo tu permiso aún—susurré, agachando la cabeza para evitar la furiosa mirada de él—. Nos casaremos cuando yo tenga un trabajo estable, si es lo que te está molestando.

Mi niñeraWhere stories live. Discover now