XLV: Regalo

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Viktor.

Rusia es un país frío, lo supe desde que llegué hace casi cinco meses. El invierno es más helado en esta parte del mundo; hay capas de nieve a mi alrededor y es normal que los niños jueguen afuera, pese a las bajas temperaturas. Yo no puedo decir que me he acostumbrado, pero lo he soportado junto a Makkachin.

En las noches, Makkachin sube a mi cama y nos envuelvo en gruesos cobertores. La ventana de mi habitación permanece cerrada y las paredes son gélidas, igual que mis dedos. Ir al baño es una tortura, no quiero sentarme en el inodoro porque siento que quedaré congelado. ¡Es horrible!

Mis rutinas diarias me cansan. En la mañana salgo a correr con mi perro, desayuno e intento tomar una ducha; luego voy a la pista de patinaje y entreno el transcurso del día. Lilia me ha ayudado bastante, debo admitir que fue una buena decisión el haber venido hasta acá. Ella es una bailarina y es estupenda, se fija en los detalles que Yakov ignora.

Yakov está feliz conmigo, no se aburre de decirlo. Está orgulloso de que yo haya aceptado la beca de un año y sé que no se rendirá. Él aún desea que yo viva en Rusia porque quiere ser mi entrenador exclusivo. En ocasiones lo comenta como si nada, pero trato de evadir el tema.

Amo el ambiente en la pista, es mi segundo hogar. En verdad, yo he nacido para convertirme en un patinador profesional. Poco a poco he descubierto más de mí y tengo esta necesidad de mejorar cada día, siempre hay algo que no me convence y nunca es suficiente. Alcanzar el podio a nivel internacional ya no es el sueño de un chico de quince años, es mi meta en la vida.

He madurado... Mis pensamientos no sólo se desvían hacia mis pervertidos deseos por Yuuri, también imagino mi futuro con más certeza. Estoy feliz de saber lo que puedo lograr y me llena de alegría avanzar rumbo a mi destino. La etapa de adolescente creído ahora es la época en donde me enamoré como un loco de un hombre.

Sin embargo, crecer no significa dejar atrás lo que yo era. Ese chico de quince me regaló experiencias inolvidables y gracias a él pude encontrar el pilar más importante, Yuuri Katsuki. El niño que surgió por un absurdo experimento de mi padre me enseñó a perdonar y a amar; me dio valiosos recuerdos.

Entonces me fijo en el pasado; me entero de que he ganado mucho, y esbozo una sonrisa de nostalgia y felicidad porque hay un pelinegro que ha estado conmigo en cualquier momento. Mi niñera ya no es sólo el vecino del cual había estado enamorado, también es mi prometido.

—Es hora —canturreé, brincando sobre el mullido colchón y las suaves mantas que lo cubrían.

Me acosté bocabajo y encendí la pantalla de mi computadora personal. Mientras esperaba, Makkachin me acompañó, echándose a mi costado derecho. Ladró al ver el inicio del programa y yo reí emocionado.

Mi adorable novio ya se había conectado, aguardando por nuestra cita, así que apreté el botón para iniciar la videollamada. En seguida, la imagen de Yuuri se desplegó y suspiré aliviado. Él lucía contento; vestía una camisa blanca, probablemente la de su trabajo, y estaba sentado en una de las sillas del comedor.

—¡Santos Shuuris, hoy estás más hermoso! —exclamé, provocando un sonrojo es sus regordetas mejillas.

—V—Vitya —balbuceó, evadiendo mi mirada por la vergüenza que se apoderaba de su lindo rostro—. ¡Ah! Hoy me llegó un paquete desde Moscú.

—Feliz cumpleaños, Yuuri —articulé, observando cómo sus cachetes se encendían aún más—. No sabía si estaría a tiempo.

—¿Puedo destaparlo? —cuestionó, mostrando una caja de cartón encintada con una hoja pegada encima—. Es pesado, ¿qué es?

Mi niñeraWhere stories live. Discover now