IV: Shuuri, ¿es un sueño?

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Yuuri.

La mañana pacífica inició con los rayos del sol iluminando mi cara en la alfombra. Sí, no sé a qué hora, pero el pequeño Viktor me tumbó de la cama en la madrugada. Es decir, ¿cómo pudo echarme de su cama si él es un niño? ¡Qué fuerza!

Cuando el reloj de la mesita, con la que me golpeé la cabeza al levantarme, sonó a las ocho en punto, me desperté. Fui al baño y me duché, típico de mí. Creí que este día no iba a sorprenderme, no después de que Vladimir me regañara por la tonta definición de pedófilo que le enseñé a su Vitya. ¡Ese discurso me aburrió! Pero, lo olvidé cuando su hijo me lanzó el plátano en mi plato de cereal y la leche me manchó la camisa.

Ayer no era un gran día y hoy debía serlo, ¿no?

—¡Santos Shuuris, qué guapo estoy! —gritó el menor de la casa en su habitación y no lo tomé en cuenta porque él es escandaloso—. ¡Mi viborita creció a tamaño premium, Shuuri!

—¿Su viborita? —repliqué agitando el chocolate que se derretía en una olla—. ¿Qué viborita?

—¡Shuuri! —me llamó, y escuché sus pasos acercándose a mí—. ¡Mira nada más! ¿Qué es este animal?

—¿Qué animal? —pregunté curioso y me volteé, dejando caer el cucharón de plástico que sostenía.

Viktor estaba completamente desnudo, y eso no era lo peor, eso hubiera sido normal porque le gusta estar en ropa interior corriendo por los cuartos. Lo peor era su altura, su cuerpo entero y, sí, tenía tamaño premium.

—¿Qué demonios? —Pegué un brinco hacia atrás, entreabriendo la boca a causa de la sorpresa—. ¿Dónde está el niño, maldito ladrón?

—¿Estoy soñando, Shuuri? ¿Por qué crecí tanto? —murmulló asustado y empezó a tocarse de arriba abajo, sin soltar su anaconda con la mano derecha, porque ya no era una viborita.

—¿Y yo qué sé? Estás muy... ¿grande? —dije dudando—. Ay, Dios, ¿qué es esto? ¿Por qué a mí me pasan estas cosas?

—Shuuri, mira. —Carcajeó contemplando cómo zarandeaba su pene de un lado a otro—. Es divertido, Shuuri.

—N-No hagas eso, pervertido —balbuceé sonrojándome—. Ve a vestirte, cochino.

—Pero mi ropa es chica, Shuuri —musitó, aún concentrado en ese monstruo que le colgaba entre las piernas—. ¿Busco en el armario de papi?

—S-Sí, anda —titubeé, según yo, ordenándole.

—¡Me bañaré y lavaré a Vitya el poderoso! —exclamó girándose para regresar a su habitación.

—¿Vitya el poderoso? —repetí—. ¿Ya lo nombraste?

Me apresuré a agarrar el teléfono de casa, que siempre estaba en la encimera, a pesar de que yo lo dejaba en el comedor o en la sala. De inmediato, marqué el primer número que aparecía en la agenda, el del señor Vladimir, y éste atendió mi llamada tan pronto como timbró.

—¡Katsuki!

—¡Le mide mucho! —bufé, percatándome de lo estúpido que soy en casos como éstos. ¡Es que, estos casos no son diarios! —Digo, Viktor creció.

—¿Qué? ¿Cuántos años? —cuestionó preocupado.

—Calculo que tiene veinte años. Mide más de 1.80 metros y su cuerpo está musculoso, es ridículo porque es guapo, pero su memoria es la del Vitya de cinco años.

Mi niñeraWhere stories live. Discover now