XXXII: Cena familiar

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Viktor.

Sarah se encargaba de servir la comida con ayuda de mi viejo. Seguro quería presumir sus dotes culinarios, pero sus capacidades son crear experimentos raros y revoltijos de desayuno. No todos nacen con el don de preparar un delicioso platillo y papá había llegado tarde a la repartición.

Mis suegros se encontraban sentados frente a mí en el orden del mayor a menor; Toshiya y Hiroko, seguidos por Yuuri. Mi hermana postiza no estaba porque había tenido una reunión con unos amigos y mi otra hermana, Eliza, tampoco hacía acto de presencia.

Luego de unos minutos, papá ocupó su silla, encabezando la reunión familiar y Sarah lo secundó a su lado. Entonces, Vladimir enseñó una botella de vino tinto del año de su tatarabuelo y le sacó el tapón con sumo cuidado. Claro, esas cosas vuelan en cualquier dirección y terminan en la cabeza de alguien.

—Por favor, cenemos —pidió mi viejo, comenzando a vaciar un poco de ese líquido rojizo en su copa—. Toshiya, tu hijo es un muchacho increíble.

—Oh, gracias —respondió mientras agarraba la cuchara para probar el puré de papa que lucía apetecible—. Se salió del nido y vino al ajetreo de esta ruidosa ciudad.

—Yuuri siempre ha sido tímido, nos preocupaba que no hiciera amigos —añadió mamá Hiroko, observando las manos temblorosas de mi adorable cerdito—. Él lo ha hecho bien, incluso se consiguió un novio guapo.

—Es más como que yo lo conseguí a él —corregí, provocando risas en los demás, excepto en Shuuri que me fulminaba con los ojos—. Es decir, yo me enamoré antes. Él creía que lo odiaba.

—Ellos discutían mucho —comentó papá, pasando la botella para que los demás se sirvieran vino—. No sabía que mi hijo poseía sentimientos románticos hacia nuestro vecino.

—Sé ocultarlos —refunfuñé, tomando el tenedor y el cuchillo para empezar a cortar pedazos de carne.

—Nuestro pequeño les ha causado molestias —mencionó mi suegro y sólo agaché la cabeza, concentrando en el maldito filete que no permitía que lo troceara.

—Es verdad que fue una sorpresa, pero Vitya ha sido inteligente y persuasivo con Yuuri —admitió mi amable y sincero padre—. Ninguno es inocente, sólo se han enamorado con varios años de anticipación.

El comedor se llenó de sonoras carcajadas y de ruidos metálicos por los cubiertos chocando con la vajilla de porcelana blanca. Al fondo, las melodías de un disco de jazz se reproducían a un volumen bajo, lo suficiente para que no interrumpiera las conversaciones.

—Aproveché la ventaja de vivir cerca para regañarlos —enfatizó Vladimir. Y sí que se había aprovechado, más con su propio retoño—. Considero la edad de mi hijo y la priorizo porque es un joven inexperto, pese a su avanzada madurez.

—Yuuri ha roto las reglas, así que debe una disculpa —murmuró mamá Hiroko. Mi Shuuri casi se atraganta al oírla hablar y yo sólo pude burlarme.

—¿Las rompió? —replicó papá con una voz tenebrosa y supe que acababan de despertar al diablo en los sacrosantos alimentos.

—¡N—No! —negó mi hermoso Yuuri con balbuceos—. ¡No fue tan malo!

—Yo lo provoqué —asentí, culpándome por mis instintos animales y por El Poderoso que reacciona exclusivamente con su dueño, y no me refiero a mí—. Yo lo tumbé en el sofá y lo toqueteé por aquí y por allá, pero...

—¡Vitya! —vociferó mi novio, quien se cubría el rostro en total vergüenza—. Por Dios, tú no puedes calmarte.

—Si ya saben cómo soy, ¿para qué me invitan? —bufé, llevando al fin el trozo de carne a mi boca.

—Yo me angustiaría más por Yuuri, que por la edad de Viktor —dijo Sarah, y tenía toda la razón del mundo. No iba a discutirlo.

—Sí —afirmó el resto, acordando que la seguridad de mi cerdito era más importante.

La cena continuó entre charlas de temas triviales, como mis premios en el patinaje o la graduación de Shuuri, el pueblo en donde residían mis suegros y el trabajo de mi padre. Me reincorporé de mi asiento y caminé hacia la cocina para buscar el postre, y Yuuri me acosó en el transcurso.

—Huele rico —articuló, señalando el recipiente que contenía el pastel de fresas con crema de avellanas y que reposaba en la estufa para enfriarse—. ¿Lo hizo Sarah?

—Sí —aseveré, recargándome en la encimera del centro. Estiré mis brazos y atraje el cuerpo de Shuuri—. ¿Me das un beso?

—Estás más alto —susurró, rodeando mi cuello con ambas manos, así que lo sostuve de su delicada cintura y uní nuestros labios en un beso muy rápido.

—Eso me supo a nada —gruñí, y volví a besarlo. Esta vez, escabullí mi lengua en el interior de su húmeda boca y la entrelacé con la suya en una apasionada danza.

Era adictivo, él representaba una adicción en mi vida y no quería compartirlo con nadie más. Ansiaba tanto marcarlo como mi propiedad, porque otras personas podrían arrebatármelo y yo me volvería celoso. Si aún existía esa posibilidad, necesitaba eliminarla de la lista.

—-Ustedes —bramó papi Vladimir en la entrada—, vamos, muévanse y lleven el pastel a la mesa.

—Sí —rezongué, concluyendo el intercambio de saliva que ahora se producía en mi cavidad bucal.

El reloj de la sala anunció la media noche mientras las parejas de casados bailaban al compás de la música clásica. Por supuesto, Yuuri y yo jugábamos con su celular, acostados en el sofá grande. Estábamos en una partida entretenida cuando los hombres mayores se marcharon rumbo al pasillo principal.

—¿Crees que vayan a ponerle precio a tu castidad inexistente? —interrogué, recibiendo un golpe leve de él por decir una estupidez. ¡Una estupidez que era cierta!

—Ellos deben tener un momento a solas, ni se te ocurra ir a espiarlos —advirtió, arrebatándome el móvil para seguir con el juego.

Vladimir.

—Vitya no ha elegido su futuro y sé que sus dudas son por tu hijo, pero no lo culpo. A su edad, yo también pensaba en mi novia y no en la universidad —murmullé, apoyando mi espalda en la pared detrás de nosotros.

—Puedo decir que Yuuri se ha enamorado de Viktor como nunca lo había hecho. —Resopló, cruzando los brazos contra su pecho y me observó a los ojos—. Vladimir, ¿tú consientes su relación o piensas que es un romance pasajero?

—Me hacía esa pregunta y decía que era un romance pasajero —contesté, encogiéndome de hombros—. Le dije a Vitya que respeto su relación porque ha luchado y no se ha rendido, eso es lo que creo.

—Yo me veo reflejado en tu querido niño y es inevitable que no desee que tu hijo y el mío tengan una vida juntos —reveló, esbozando una sonrisa muy parecida a la de Yuuri. Katsuki tenían que ser.

—Pero Hiroko y tú...

—Nos conocimos desde la preparatoria, así que comprendo que Viktor se sienta tan encerrado —explicó, dejándome helado. Sé a dónde quería ir y, definitivamente, no seríamos aliados—. Aunque trates de encadenarlo a tu casa y a tu vigilancia, los chicos hallan la manera de cumplir sus fantasías.

—¡No, no! —exclamé, agitando mis manos delante de mi cara—. Toshiya, Vitya es un menor, ¿estás consciente?

—La mayoría de jóvenes tienen experiencias previas a partir de la secundaria —informó como si fuera lo más normal del universo y me conmocionaba que no se alarmara—. Quizás exageras, Vladimir.

—¡Es que yo tuve sexo cuando ya estaba en los dieciocho años!

—Oh. —Sus labios formaron una "o" y sus mejillas se tornaron rojizas.

—Esto es vergonzoso, ignóralo —supliqué, abochornado por mis sucias palabras—. Mi hijo me está contagiando y los perros son gays.



Nota: dicen que los más serios siempre son los más atrevidos y Toshiya es una prueba (yo también) xDDD.

¡Nos leemos luego! <33 

Mi niñeraWhere stories live. Discover now