22. Ya me perdiste

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BoA despertó al escuchar una voz que le sonaba familiar. Abrió los ojos con lentitud, parpadeó un par de veces antes de acostumbrarse a los rayos de sol, filtrándose a través de la ventana de una habitación que le era desconocida.

—¡Despertaste! —una mujer de unos cincuenta años se acercó a su cama.

Era una mujer guapa a pesar de la edad, elegante y con expresión apacible.

—¿Mamá?

—¿Cómo te sientes cariño?

BoA recordó todo. A Jayden, la fascinación de Yunho por ésta, sus mentiras, engaños, abandono... y se echó a llorar ocultando el rostro entre sus manos. Se sentía muy avergonzada ante su madre. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué su esposo le era infiel con una chica que no pasaba de los veinte? ¿Qué ella misma la había escogido? ¿Qué era tan culpable como él?

—No llores... que el médico ha dicho que estás bien, solo fue una baja de tensión. Aunque aun quiere hacerte otros análisis. Yunho está afuera, ¿le digo que pase?

BoA negó con la cabeza.

—¡Por favor dile que se vaya!

—Pero, ¿por qué? ¿ha pasado algo que no sepa? —la expresión de su madre cambió—. ¿Se han peleado de nuevo?

—Ojala fuera una pelea... no es tan simple —BoA tomó la mano de su madre—. Solo dile que se vaya, por favor.

Su madre dudó un poco, no era un secreto para nadie que apreciaba mucho a su yerno; pero BoA era su hija y si ella no deseaba verlo, alguna razón de peso debía tener.

—Lo haré si eso quieres; pero... ¿me dirás qué pasa?

BoA asintió con los ojos llorosos.

—Lo haré... pero dile que se vaya, no lo quiero cerca.

Cuando Yunho vio a su suegra salir de la habitación de BoA, se puso de pie de inmediato. Había pasado la noche sentado en una silla plegable, con la cabeza recostada a la pared.

—Ya ha despertado —le informó su suegra—, así que en cuanto se haga los análisis que le mandó el médico, seguro le dan salida.

La expresión de Yunho fue de alivio.

—Puede preguntarle... —titubeó—. Pregúntele si puedo pasar. Serán solo unos minutos.

La señora Kim negó con la cabeza.

—Le dije que estabas aquí; pero no quiere verte.

—Claro —la voz de Yunho sonó ahogada.

—¿Paso algo muy grave entre ustedes?

Yunho asintió.

—Todo es culpa mía.

—Por eso no estabas en casa cuando te llame, ¿te fuiste?

—BoA me pidió que me fuera. Estoy quedándome en un hotel.

La mujer suspiró meneando la cabeza de un lado a otro.

—Por eso al inicio me opuse a su relación, ustedes empezaron muy jóvenes, eran apenas unos niños... no tuvieron la oportunidad de conocer o experimentar con otras personas. ¿Tienes una amante, no?

Yunho bajó la cabeza, avergonzado.

La mujer suspiró con desaliento.

—Sabes que te quiero como a un hijo; pero bajo estas circunstancias mi deber es apoyar a BoA en lo que ella decida.

—Lo sé —dijo Yunho, con el rostro húmedo—. Ella... ella va a... ella va a dejarme.

La señora Kim posó una de sus manos en su hombro.

—Las decisiones que tomamos tienen consecuencias y demasiado a menudo, tenemos que vivir con ellas por el resto de la vida.

Dicho aquello, regresó a la habitación con su hija.

—¿Ya se fue?

Yunho escuchó la voz de BoA preguntar aquello con desesperación, secó sus lágrimas y se retiró del hospital, su presencia solo le haría más daño.

Mientras conducía, recordó el día en que se conocieron.

Estaba guardando sus libros en el casillero, cuando uno de sus compañeros de clase, le codeó para que mirase en la dirección que le señalara. No había sido nada discreto, por lo que se avergonzó, cuando sus ojos se encontraron con los de un grupo de chicas que le miraban con curiosidad. Era nuevo en la escuela, y este chico hacía las veces de guía. Y aunque tenía buenas intenciones, le estaba haciendo quedar como un tonto, en las pocas horas que llevaba en la escuela.

—¡Te están mirando! —exclamó, como si aquello se tratase de un gran logro.

Yunho cerró el casillero y con poco interés volvió a echarles una segunda mirada, fue entonces cuando la vio. Era la bajita del grupo pero la más linda a sus ojos. Llevaba su cabello castaño, largo y lacio dividido a la mitad, dándole un aspecto tierno y femenino. Aun más de una década después, podía recordar el color de su ropa, una faldita rosa de mezclilla y suetercito morado.

Golpeó el volante del auto, desesperado por la idea de perderla.

"Ya me perdiste".

Eso le había dicho ella pero se negaba a aceptarlo, debía buscar el modo de recuperarla.     

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