10. Engranar las caderas

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Leon logró escabullirse de la cita apenas se le presentó una oportunidad. Se dirigió sin ser visto o sin llamar mucho la atención hacia la avenida 19. Su cabello era cubierto por completo por la capucha de un sudadero negro, con las manos llevaba una caja de cartón y una bolsa de plástico. Tenía puesto también un par de guantes blancas de látex por simple precaución. La oscuridad de la noche era abrumadora y gélida, el que pasara por esas calles desiertas tan abrigado no era motivo suficiente para levantar sospecha.

Tras caminar aproximadamente media hora, Leon observó con simpleza una casa con las luces apagadas. Él sonrió. Todo marchaba según sus planes. Durante las últimas semanas había estado observando la rutina de una familia para saber qué tan factible era comenzar a jugar con ellos. Para suerte o desgracia, Leon había descubierto que no solo era una perfecta elección, sino realmente divertido y vil, vengativo y engañoso. Cómo todo un verdadero juego debía ser.

Leon pudo acceder a la casa forzando una de las ventanas traseras sin causar alboroto. Se escabulló al interior en sigilo. Caminó al segundo nivel de la casa directo a la habitación de una bella joven que aún no llegaba de la universidad. Era ya de noche, y si sus investigaciones eran certeras, ella no tardaría en llegar. Su padre no llegaría hasta la mañana del otro día. En definitiva, era la ocasión y la víctima perfecta.

Tras dejar lo que traía consigo sobre la cama, cerró la ventana abierta del cuarto con seguro antes de situarse detrás de la puerta, oculto de la vista de quién entrara por la habitación. Al pasar los minutos, se escuchó el crujir de la puerta de madera de la entrada principal al abrirse. Alguien había llegado. Poco después, unos pasos de escucharon cerca de la habitación y el tintineo de un conjunto de llaves llegó a los oídos de Leon. Él se lamió los labios, ansioso y excitado, con nervios y una emoción inmensa.

Entonces, alguien comenzó a acercarse.

Él se preparó, dispuesto a todo. Para cuando la puerta se abrió, y una mano comenzó a palpar el interruptor en la pared, una joven que tarareaba una canción dejó un conjunto de llaves encima de una mesa tras encender la luz. Sorprendida, se acercó a la cama para dejar la bolsa de mano que llevaba y analizar el paquete que yacía ahí, pues no recordaba haber dejado algo en su cama antes de salir esa tarde. La joven en su afán de verificar el extraño objeto, no alcanzó a llegar cuando, tomándola desprevenida, alguien la aprisionó. Un grito ahogado se escuchó, amortiguado por una mano que se colocó en su boca tras una maniobra astuta.

—Shhh —susurró él contra su oreja.

La joven estaba asustada, terriblemente nerviosa. Miles de ideas acudían a su mente para darle una explicación a lo que estaba sucediendo. El joven trabó la puerta con seguro sin soltarla o bajar la guardia. Leon sentía el temblor de la joven con su cuerpo, con sus manos. Escuchaba su respiración pausada, rápida, junto los sollozos que pronto llegaron debido al miedo. Leon pegó el rostro en la nuca de ella, como si se preparara a susurrarle, a soltarle palabras cual romántico le balbuceara oraciones bellas a su novia.

Una de las manos de él mantenía su cintura aprisionada y la otra le cerraba la boca.

—Vamos a jugar un poco —comenzó a decir Leon con una lascivia marcada—. Podría dejarte viva si cooperas conmigo. ¿Entiendes?

La chica quedó en silencio, su respuesta se limitó a ser sollozos y llantos descontrolados que desbordaban sus ojos en silencio, cayendo dolorosas por sus mejillas.

—Pregunté si entendiste —replicó Leon con evidente malhumor.

Ella asintió con la cabeza.

—Bien. —Leon comenzó a aflojar su agarre en la cintura, pero siempre cauto—. No me gusta hacer las cosas con brusquedad. Verás, hoy quiero ser delicado contigo. Pero si me haces enojar, no me contendré.

Juego carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora