20. Muñeca carmesí

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—Quédate quieta —ordenó Leon.

Sara arrugó la frente, confundida. El bisturí que mantenía Leon entre los labios le impedía contradecirlo, objetar o alzarle la voz. Sabía que en cualquier momento las palabras que escuchaba de él podrían convertirse en una ofensa y recaer en ella algo más que golpizas o una buena reprimenda de su parte.

—Le pedí a mi hermano que comprara un vestido para ti —avisó Leon, viéndola, impasible, a solo unos pasos. Su mirada era intensa, el brillo que destellaba sus pupilas le daba a Leon un aspecto malévolo—. Es de un color hermoso, y quiero que lo aceptes.

Sara se limitó a observarlo sin articular ni una palabra. Aunque tenía miedo, a pesar de tener cada musculo adolorido y temblando, no solo por el frío, sino por la destreza que usaba Leon al hablar, pudo asentir con la cabeza.

—Quítate la toalla.

Leon alzó ambas manos hacia los gabinetes superiores para retirar una caja plana y cuadrada de color blanco, situada justo en el mueble donde se mantenía un televisor de pantalla plana. El paquete tenía una cinta roja que se entrecruzaba por las mitades para formar un moño en medio. Mientras se daba la vuelta, Leon tiró de la cinta para poder quitar la tapa; y cuando pudo alzar la vista hacia Sara, sus cejas se arrugaron de la decepción.

—¿Por qué no te has quitado la toalla? —aseveró con los dientes apretados—. ¡Hazlo!

Sara tembló; y temerosa, dejó de sostener la toalla que cubría sus pechos y muslo, reprimiendo la rabia que crecía en su interior.

—¿Sabes lo bueno de esta casa, Sara? —preguntó Leon, sonriendo—. Te contaré algo, solo para que sepas que, aunque gritaras, nadie podría escucharte. Verás, en la entrada hay un gran pasillo oscuro, y justo donde acaba, es donde el terreno de los vecinos termina también. Al otro lado de estas paredes, hay casas, por supuesto, pero nadie vive ahí. Mi estúpido hermano pensó en eso y te trajo aquí.

»A simple vista, esta casa podría parecer tan pequeña en el exterior, pero una vez adentro, se extiende como te habrás dado cuenta. Te lo digo solo para que estés enterada y no malgastes energía en un intento de pedir ayuda. —Leon rio—. Además, no te conviene, los policías te buscan.

Él se detuvo para dejar la caja encima de la cama, y se apresuró a retirar una prenda que dio forma de un vestido corto, con ciertos bordados de encaje en la parte frontal, justo encima de los pechos. No poseía mangas, ni tirantes, parecía cubrir solo lo necesario.

—Es un vestido hermoso, ¿no crees? —Leon se lo mostraba a Sara para que pudiera apreciar con lujo de detalles cada costura y adornos que daban forma al vestido que tenía ante sus ojos. Leon ladeó la cabeza, cual pájaro que miraba desde la altura—. ¿Quieres saber por qué te escogí, Sara?

Otra vez, volvió a mirarla de una forma que Sara se sintió cohibida.

—Admito que, aunque no me gustes del todo, tienes una piel tersa y tan blanca que me dan ganas de pintarte con tantos colores. —Leon soltó una leve carcajada ante sus palabras—. No te asustes, tampoco quiero que te veas como un payaso. —Siguió riendo, un sonido meloso que, en cualquier otra circunstancia, habría sido contagioso y embelesar a cualquier mujer; porque ciertamente, Leon era alguien hermoso, pero con un corazón tan oscuro y vacío—. Entiéndeme, Sara, solo quiero convertirte en una verdadera muñeca. Una muñeca carmesí.

Leon sintió que se tambaleaba, y la sorpresa que se llevó Leon al ver a Sara, recién bañada y con cierto rubor en las mejillas, fue grande. Se permitió un instante de fantasía que provocó en él la sensación de cosquilleo y un latido frenético de su corazón. Apretó los puños alrededor del vestido, controlando la creciente emoción que aceleraba sus latidos cardiacos. Era lo que buscaba, esa pieza faltante que aceleraba sus sentidos y hasta su vida misma. Casi sintió que podía volar ante la imagen que comenzó a formularse en su mente para elevar las pocas expectativas que tenía en Sara.

Juego carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora