7. Jugar con muñecas

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De nuevo, las pesadillas acechaban su descanso con recelo. Las infinidades de cosas que se asomaban en su cabeza comenzaban a ser una completa tortura. Tan terribles que solo el hecho de cerrar los ojos era difícil, casi doloroso. Le aterraba dormir.

Conforme los días pasaban sin premura, los sucesos entorno a Leon se intensificaban también. De mala o buena manera, su situación le parecía a él demasiado interesante. Se regocijaba en su propio sufrimiento, pero más en la incertidumbre de los demás.

En especial aquel día, amaba ver el desconcierto que se reflejaba en los ojos cansados del hombre que permanecía sentado al otro lado de la mesa en medio de la vacía habitación. Pero aquello no era lo más importante: Leon tenía la mente ocupada pensando en los apuntes que no tenía de su anterior clase de psicología. Al no haber asistido ese día, debía buscar a alguien que le prestara sus apuntes. Lo que le resultaba difícil, teniendo en cuenta que a los ojos de los demás, él había asistido a clases.

Leon odiaba pedir la ayuda de alguien para ponerse al día en las clases. Con los pocos compañeros con quien tenía buena relación, a menudo lo molestaban con sus descuidos, pues siendo él una persona bastante organizada y quisquillosa con sus cosas, la muestra de una pequeña desgana era motivo de burla o de ser sarcástico. Pero, no debería pensar en eso ahora que un asunto interesante había surgido. Leon lo sabía, aun así, no le parecía tan importante a comparación de lo que suponía prestar un cuaderno.

Interesante era la palabra que Leon prefería usar para evitar pensar que aquello eran noticias malas y preocupantes.

Porque los últimos días, el caso del asesinato de Fernanda era la cosa más hablada en todo el campus. Rumores y teorías se habían extendido en los rincones más alejados de la universidad, tanto que ahora Leon debía enfrentarse ese viernes con un asunto en la delegación de la ciudad. Un tema que había tenido a sus compañeros de la universidad bastante ocupados y cuchucheando al respecto.

—¿En qué piensa, jovencito? —le preguntó un hombre de facciones grotescas, viendo a Leon con paciencia calculada en el rostro.

—En asuntos de la universidad —respondió él, como si aquello fuese lo más trascendental y no el asunto que lo llevó a estar en un interrogatorio frente a un detective.

—¿Qué puede ser más importante? ¿No es este tema lo suficientemente grave usted? —Parecía enojado. Probablemente lo estuviera, pues él se había pasado los últimos veinte minutos repitiendo la misma pregunta varias veces con fingida paciencia, esperando que por fin el muchacho le prestara atención.

—Los apuntes —contestó Leon, impasible.

El oficial soltó un bostezo.

—¿Apuntes? —inquirió el hombre, extrañado.

—Los apuntes de la universidad.

—Los apuntes son importantes, siempre lo he dicho —dijo él, midiendo las palabras exactas para captar su atención al menos. Jamás había tratado a una persona tan indiferente y despreocupada como él—. Como sea, me gustaría volver al asunto principal si no le importa.

—Supongo. —Leon se acomodó sobre la silla de metal sin inmutarse—. ¿Qué me preguntaba?

De nuevo, el hombre soltó un suspiro profundo mientras fruncía el cejo. ¿Cuántas veces había hecho ya las mismas preguntas en los últimos minutos? Por si fuera poco, se había encargado personalmente de interrogar a las personas que se encontraban de alguna forma involucradas con la víctima. Estaba cansado. Quería irse a casa y darse un buen baño. Se relajó sobre el respaldo de la silla.

Gracias a toda la información compilada, al menos podía cambiar un poco las interrogantes y quizá desviar la conversación de lo habitual. Quizá, solo quizá, conseguir algo más que información.

Juego carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora