23. Otra sesión de maquillaje

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 Cuando Leon entregó la hoja de su último examen, se sintió aliviado. Era viernes, y no solo eso, oficialmente podía decir que se libraba de todas sus obligaciones de la universidad de momento. A juzgar por su expresión triunfante, muchos de sus compañeros —que seguían en el escritorio quebrándose la cabeza por resolver el examen final de química—, tuvieron envidia por Leon al ser el primero en abandonar el salón.

Leon quiso esperar en los pasillos del módulo M para despedirse de Mateo, pero eso conllevaba estar parado media hora más, considerando que la evaluación duraba una hora exacta. Mateo solía entregar el examen justo cuando los catedráticos pedían a los últimos de cada fila pasar a recogerlo. Lo pensó bien.

Era consciente de que se trataba de su último día en la universidad; aun así, Leon optó por regresar a su casa. Se preguntó en qué ocuparía su tiempo en esas dos semanas de vacaciones. Pensó en visitar a sus abuelos antes de que ellos tuvieran que hacerlo de sorpresa, sabiendo que los últimos días habían estado insistiendo sobre el tema.

Soltó un suspiro. Definitivamente tenía que regresar a su ciudad natal para apaciguar a sus familiares, y Leon no lo hacía porque le interesara la preocupación de sus conocidos; había conveniencia de por medio. Nadie debía saber que Leon escondía a alguien en su casa.

El trayecto de la universidad hasta su casa no sobrepasó los veinte minutos, y tras guardar su auto gris en el pasillo de la salida, se adentró en su casa, percibiendo el olor a huevos en el ambiente. Leon arrugó la nariz.

Caminó hacia su habitación, dejó su mochila sobre su escritorio y comenzó a ordenar los libros que tenía a la vista.

Por primera vez, quiso tirarse encima de la cama, ignorar el poco desorden en que tenía en el cuarto y ver, con tranquilidad, alguna película. Pero sabía que nada de lo que hiciera lograría apaciguar sus demonios internos, ni la sensación de hacer algo mal que le atañía podía disminuir; nada de lo que hiciera podía ser eliminado con una pequeña distracción. Solo retrasaba lo inevitable.

—¿Fue fácil el examen? —preguntó su hermano en susurro, con cierta nostalgia en su voz. Leon lo vio sentado en la cama, jugando con las correas de su zapato.

—Fui el primero en salir, y ni te atrevas a decir que fue porque no resolví nada. —Esbozó una minuciosa sonrisa.

—Como era de esperarse. —Se limitó a decir el otro, sin ver a Leon al rostro.

—Como era de esperarse —repitió Leon en susurro. Dejó sus libros apilados unos sobre otros encima del escritorio y se apresuró a acompañar a Leo, desplomándose sobre la cama y pensando en miles de formas para levantar el ánimo de su hermano—. Si vivieras —dijo a modo de burla—, seguro habrías sido un buen estudiante.

Leo se volvió hacia él.

—Oh, vamos, Leon, ambos sabemos que era pésimo para estudiar. Esa forma tuya de levantarme el ánimo es horrible. Mejor prepara algo de carne para la cena.

Leon arrugó la nariz en una mueca de disgusto.

—No, aunque vinieras llorando —dijo, riendo.

Él carcajeó. Luego, soltó un suspiro profundo, trayendo consigo a colación un tema que en los días pasados había pensado.

—Ayer dijiste que hoy sería el gran día, ¿no?

La conversación entre los hermanos se sumió en un silencio incómodo.

—Pensaba ir con papá Mingo y mamá María estos días, no querré verlos aquí y que encuentren a Sara en la casa.

—¿Y yo? —inquirió Leo desesperado, sus ojos denotaban angustia—. ¿Qué pasará conmigo?

Juego carmesíWhere stories live. Discover now