24. De vuelta al hogar de antaño

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A primeras horas del día sábado, Leon junto a su hermano habían ido a abandonar el cuerpo de Sara cerca de la delegación de la policía. Ese mismo día, justo al amanecer, decidió también emprender un viaje de seis horas para llegar a su ciudad natal a visitar a sus abuelos.

Esa noche, la luna teñía el ambiente de un azul oscuro. Leo se encontraban viendo el cielo estrellado, sentado sobre una silla mecedora que usaba su abuelo mayormente. Varios árboles se alzaban alrededor para adornar la casa, la fluctuación del viento que creaba zumbidos en su oído. Permanecía tranquilo y absorto, como si nada hubiera pasado.

Como si no hubiera abandonado un cadáver esa misma mañana cerca de una delegación de la policía.

Aunque no era ningún amante de observar los paisajes o las constelaciones, al menos le permitía pensar y meditar algunas cosas pendientes. Podía permitirse, gracias al silencio que lo envolvía, pensar en asuntos con tranquilidad sin que pudiera ser interrumpirlo a cada segundo. Sin escuchar la voz molesta de su hermano.

Era una noche tranquila y fría, el mugido de los arboles solo aumentaba la inquietud de Leon. Esa noche de sábado, tras el largo viaje y el complot que debió haber armado tras el regalo que le dejó a la policía, se encontraba ansioso e impaciente. "Solo una semana... o menos, quién sabe" pensó.

Se levantó de su lugar y se encaminó a la habitación que su abuelo le mostró con anterioridad. Apenas se cubrió con un cobertor delgado, se quedó dormido. Estaba cansado por el viaje. Y al siguiente día, domingo, Leon se despertó al escuchar el canto de varios gallos que debían estar durmiendo en el árbol de durazno, situado detrás de la cocina. Él soltó un quejido.

Leon se levantó y descubrió que una chamarra cubría su cuerpo. Se frotó los ojos mientras soltaba un bostezo. Los zapatos que olvidó quitar la noche anterior, permanecían apilados al pie de la cama. La imagen de su abuelo llegó a su mente cuando terminó de analizar su alrededor: la chamarra extra, los zapatos ordenados, incluso la ropa que no desempacó ayer estaban apilados unas sobre otras en un pequeño armario al fondo. Todo estaba limpio y ordenado, cada cosa estaba en su lugar, parecían haber cuidado hasta el último detalle.

Luego, un par de golpes en la puerta lo sacaron de su escrutinio del lugar.

—¿Si? —preguntó con suavidad.

—Hijo, ¿ya te levantaste? —Era la voz de su abuelo.

—Ah, sí.

—Bien, vamos a desayunar.

Leon soltó un bostezo y no dio una respuesta. Luego, se fregó los ojos con los dedos.

El sol se colaba por la rendija de la puerta y por las pequeñas aberturas que tenía la ventana de la habitación. Leon estiró los brazos hacia arriba. Se apresuró a doblar las chamarras, para acomodarlas sobre la cabecera y después compuso los cobertores de la cama.

Se estiró por segunda vez y se colocó los zapatos. Abrió la puerta del cuarto y salió al exterior, con los rayos del sol apuntando directamente su rostro. Bajó las gradas para buscar en la cajuela de su auto una mochila donde tenía utensilios personales, como la pasta y el cepillo de dientes; pero descubrió a varios niños que limpiaban la suciedad de su carro. De nuevo, intuyó que su abuelo era el responsable. Soltó un suspiro, no saludó a nadie y solo buscó lo que necesitaba y se encaminó de nuevo a su habitación hacia el cuarto de baño.

El gran silencio resultaba reconfortante para Leon, pero también nostálgico. Creía recordar que cada pasillo, rincón y cuarto de la casa de sus abuelos, había sido demasiado ruidosa. Quizá había sido de ese modo o no, pero pocas cosas se difuminaban en su mente.

Juego carmesíWhere stories live. Discover now