21. Rota otra vez

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Leon se desplomó en el suelo. Pronto entendió que sus deseos estaban arraigados a su pasado, y no era como si le importara tampoco, solo quería dejarse llevar por la excitación que el rojo y la sangre provocaba en su cuerpo. Hacer todo aquello comenzaba a convertirse en una necesidad y no en una diversión. Quizá una necesidad que conllevaba ciertos tramos que terminaban divirtiéndole.

Le ordenó a Sara mantenerse en esa posición, amenazándola con una muerte tortuosa si rompía la regla de abrir los ojos. Ella se quedó en silencio, esperando con ansías ver cómo había quedado después de ser maquillada por un psicópata. Sentía curiosidad y un inmenso miedo, emociones que iban tomados de la mano cuando el aprieto tomaba riendas sobre una situación.

Instantes después, unos pasos se escucharon dentro de la habitación, seguido de las manos de su opresor acariciar sus pómulos con los dedos. Sara comprendió que le estaban vendando los ojos, lo que resultaba un tanto absurdo para Sara, pues no tenía planeado abrir los ojos, aunque así lo quisiera.

—Uh —musitó él—. Ahora se ve hermosa.

De pronto, todo se aclaró cuando Leon comenzó a hablar. Al principio le pareció normal, si tomaba en cuenta cómo él le seguía hablando a pesar de no responderlo, pero en esta ocasión, recibió la respuesta de una tercera persona —si en verdad alguien estaba presente— que poseía una voz bastante similar, con una leve diferencia que rozaba la nada.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Sara.

—No soy tan malo como dices, ¿eh?

—Has mejorado —respondió el otro, a lo que Sara asumió como al supuesto hermano de su opresor. Ella soltó un suspiro, reprimiéndose las ganas de quitarse el velo que la privaba de ver.

—Pero falta algo, ¿no crees?

—¿Matarla?

Sintió un escalofrío. Extrañamente, el tono con el que hablaba el acompañante de Leon rozaba la diversión, e incluso, Sara podría tacharlo como alguien alegre, si no fuera por la situación complicaba que se veía implicada.

—No es eso.

Debido al breve silencio, y gracias a la experiencia que tenía ya con su secuestrador, Sara pudo imaginarlo pensativo ante esa respuesta simple.

—¿Dices que Rosita tenía los dientes chuecos?

Silencio otra vez. Por segunda vez, Sara sintió el impulso de quitarse la venda, y ver qué estaba pasando a su alrededor. Quizá Leon había sido precavido para que no presenciara ese acto, teniendo en cuenta las veces que mencionaba a su hermano en sus conversaciones. Un hermano que jamás veía y escuchaba hasta ahora, y había asumido ciegamente que existía nada más en la mente perversa de Leon.

—Tal vez —dijo el otro, con cierto temblor en la voz y una rudeza difícil de pasar desapercibida.

—Mmm. —La decepción que cargaba ese murmullo era demasiado notoria, a pesar de no verlo directamente, la joven percibía el cambio de emociones tanto como si estuviera viéndolo directamente.

—Pero... —Hizo una breve pausa—, pero —repitió—, si tanto quieres un par de dientes torcidos, puedes crearlo sin problemas.

—A ver.

Sara, inmóvil todavía en la cama, sintió un par de dedos abrirse paso entre los labios. Ella se removió, incomoda por el rumbo que comenzaba a tomar esa situación.

—Oh, tienes razón, jamás lo pensé. —Leon se escuchaba extrañamente alegre por algo.

—A veces tengo ideas geniales.

Juego carmesíWhere stories live. Discover now