13. Leon no está cuerdo, pero nadie lo sabe

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Antes de poder retirarse por completo, el detective se acordó de una pregunta importante:

—Una última pregunta —le dijo, sin esperar una respuesta—. ¿Qué hacía la noche del martes pasado?

Leon dejó escapar una media sonrisa, un gesto que el oficial no notó. Al recobrar la postura, se giró hacia él y le mostró una expresión demasiado estupefacta, confundida.

Parecía pensar en su respuesta unos segundos.

—¿El martes? —preguntó, todavía pensativo—. Estaba en una cita.

—¿Podría decirme a qué hora?

—Mmm —masculló, con fingida inseguridad—. A las ocho de la noche hasta la media noche, creo. No me fijé del horario.

—¿Tiene alguna prueba de eso? ¿Su pareja de cita, tal vez?

Él asintió un poco dudoso.

—Podría darle el nombre de mi pareja. —Arrugó la frente, mitad molesto y frustrado—, pero no me gustaría que terminara conmigo por esta situación.

El detective lo miró con interés.

—Entienda que esto es necesario.

—¿En serio? —inquirió Leon—. ¿Necesario para qué? ¿De qué estoy siendo investigando esta vez?

La expresión confundida de Leon parecía genuina, demasiado creíble, dejando al oficial un poco anonadado. En su cabeza pasó un sentimiento particular, o Leon realmente era inocente o era buen actor. El interrogatorio era de locos, quizá su falta de experiencia lo hacía parecer de ese modo. Jamás, en lo que llevaba en el puesto de su antiguo jefe, había hablado con un criminal de esa manera. En teoría, eso lo hacía un novato. Se preguntó cómo reaccionaría su jefe si fuese él quien estuviera en su lugar, ¿qué preguntas le haría para aprisionar al criminar y dejarlo sin nada qué decir? Sin importar cuanto tiempo rondara la idea por su cabeza, no lo sabría, pero tenía la certeza de algo: habría sido muy bueno sin duda.

Tenía esa leve corazonada de que estaba haciendo algo correcto, que iba por un buen camino, pero las dudas estropeaban todo y le plantaba una cuestión en particular: ¿Y si estaba haciendo mal? ¿Y si investigaba el enfoque equivocado?

Si fuera un mejor detective y tuviera más experiencia, tal vez las cosas serían mejor. Sabría hacer las preguntas correctas, sabría usar las pruebas a su favor. Pero sentía que por más que aparentara ser un sabiondo, él terminaba siendo el interrogado y con una soga en el cuello.

La única prueba concreta que tenía yacía en esa nota que se encontró encima de la víctima y en las propias palabras de Leon en el anterior interrogatorio. Así que, si iba a o no obtener algo de lo que iba a preguntar ahora, sería un riesgo terrible. Optaría por lo atrevido y esperaba que eso funcionara.

—¿En verdad no lo sabe? —dijo el oficial entonces tras pensarlo un buen rato—. ¿No dijo algo en el interrogatorio pasado que nos hiciera sospechar en usted de nuevo?

Leon arrugó la frente, estupefacto.

—¿Dije algo sospechoso? ¿Podría recordarme mis propias palabras? —cuestionó—. Verá, a veces se me olvidan las cosas.

—Podríamos ahorrarnos cuestiones innecesarias si me dice el nombre de su pareja —demandó el hombre.

Leon parecía pensar con detenimiento su respuesta. La lucha constante de si decir o no el nombre se reflejaba en su rostro, y luego, de un momento a otro, su expresión ensombreció. Parecía comenzar a resignarse y cierto deje de enojo emergió en su semblante.

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