32. La existencia de alguien más

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Cuando finalmente había creído que el culpable estaba en sus manos, otras incógnitas surgieron para alborotar lo poco que había conseguido averiguar. El inspector se sintió abrumado por no completar y hacer encajar las piezas faltantes de este caso. Ciertamente, se sentía deficiente.

El oficial se sintió abrumado por su propia ineptitud. ¿Qué estaba pasando? ¿Volvió a fallar de nuevo? ¿Seguía sin tener una pista? ¿En qué fallaba Cristian su juicio en la investigación? ¿Qué le hacía falta para completar y resolver el caso?

Tenía una imagen que servía como evidencia, pero la fotografía que fue tomada desde su teléfono barato, no tenía buena resolución. Era una prueba clave que podría resolver muchas incógnitas, pero al final, no era concluyente. Además, la noche no ayudó en nada para capturar al asesino, él estaba seguro de haber dado con el objetivo al disparar una vez. Lo había herido, el choque que la bala emitió cuando impactó con la carne no era algo que pudiera olvidar.

Algo estaba mal, muy mal.

Maldonado no había imaginado que el pueblo natal de Leon quedara en los más recóndito del país, y que le tomaría alrededor de seis horas llegar. Era un pueblo pequeño, en donde las personas parecían conocerse y el cotilleo estaba a la orden del día; al menos, esas eran las primeras impresiones de él.

Al estacionar la camioneta y preguntar por Leon, Maldonado se sintió observado por los pueblerinos. Lo miraban y pasaban de largo, como si nadie quisiera involucrarse con él. Aunque fueron amables lo suficiente para indicar la casa en donde residía la familia de Leon Osvaldo.

Pasando los minutos, en el interior de una casa añeja, Maldonado se removió incómodo sobre una silla de madera, frente a un par de ancianos antipáticos.

Tras decirle el motivo de su visita, el par de ancianos no dejaron de mirarlo mal.

—Entonces dices que nuestro Leon es sospechoso de varios asesinatos... —habló la anciana, disgustada ante la idea.

—Sospechas —aclaré—. Me gustaría que colaborara conmigo para demostrar la inocencia de su nieto.

Maldona pensó bien sus palabras antes de pronunciarlas; aunque él pretendía encerrar a Leon, decidió mostrar que buscaba su inocencia frente estos abuelos para conseguir la información que nadie le daba.

—¡Esto es una injusticia! —exclamó el hombre mayor, con voz áspera y demasiado molesta.

—¿Podría sentarse, por favor?

—Le ordeno que deje libre a mi nieto. ¿Qué pruebas tienen para acusarlo de semejante atrocidad? —espetó—. Mi nieto es incapaz de matar a alguien, es un buen chico que se esfuerza por salir adelante.

—Estará encerrado hasta que se demuestre su inocencia —dijo él.

—No estoy de acuerdo.

—Abuelito, tranquilícese —dijo el inspector—. Al menos puede cooperar en la investigación.

—En la fecha de los asesinatos, mi nieto estuvo de visita con nosotros, es imposible que él los cometiera —comenzó a relatar el hombre.

—¿Tiene pruebas? Porque una fotografía muestra a Leon Osvaldo huir de la escena del crimen.

Cristian se relajó sobre su asiento, y no permitió que el hombre dijera algo más.

—Usted podría encubrirlo, muchos padres de familia lo hacen. Y eso no es correcto, ¿sabe?

—Jamás encubriría un asesino, por más que fuera un ser querido, pero solo digo la verdad.

El oficial tuvo que gruñir, Leon había dicho lo mismo. Dudaba que ellos pudieran convencer a estas personas para darle una coartada; el abuelo de Leon parecía ser alguien recto y justo. Le recordaba a su propio abuelo, incluso en su forma de vestir, con sus camisas de manga larga y de cuadros, su pantalón de telas oscuras.

Juego carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora