2. Casanova al acecho

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―Mata a alguien, te sentirás mejor.

Esas palabras resonaban en su cabeza varias veces, no solo una o dos veces, eran tan repetidas que comenzaba a marearse de andar escuchando lo mismo. En su vida, la necesidad y la ansiedad iban tomados de la mano, como dos amigos inseparables. Y esa oración que se susurraba en su cabeza tan solo era una forma para aliviar el dolor, una simple sugerencia.

Era lunes por la tarde, y estaba en su clase de psicología, lo que era bastante irónico teniendo en cuenta que probablemente lo que más necesitaba él en ese momento era ser escuchado, atormentar a alguien con sus demonios internos: necesitaba un psicólogo y hacerle otra visita a su psiquiatra para pedirle medicamentos más efectivos contra sus ataques de ansiedad.

Leon conseguía normalmente mantener sus dos vidas en equilibrio. Por un lado, era un joven de veinte años que estudiaba medina; por otro, alguien que disfrutaba ver a las rosas marchitar. A lo largo de los años había conseguido mantener ambas vidas lo suficientemente controladas para pasar desapercibido, sin llamar mucho la atención.

No existía día alguno en el que pudiera perderse en el papel que desempeñaba por separado. Convertirse en el monstruo que todos aborrecían y ser un estudiante bastante admirable, podían ser fáciles de lidiar cuando la costumbre se arraigaba al estilo de vida y a la rutina.

Sin embargo, los últimos días comenzaban a complicarse de la peor manera. Empezaba a aburrirse y a desarrollar cierta tolerancia a las pastillas.

Leon apenas contenía el impulso de hacer su vida verdaderamente emocionante. Eso era el principal fallo que Leon encontraba en su vida. Había pasado los últimos años a ser un aburrido, a apaciguarse a sí mismo y ser tímido en la creación de sus obras.

Y todo eso quería dejarlo atrás. Quería algo más emocionante, más divertido.

Ansiaba una emoción real capaz de ponerle los pelos de puntas. Quería volver a sentir la adrenalina recorrer su sistema.

Ansiaba darle bienvenida a una nueva forma de vivir, quería que su corazón palpitara de manera frenética contra el pecho. Quería una emoción tan fuerte que pudiera dejar el placer sexual como un juego de niños; ansiaba experimentar tal adrenalina que fuera capaz de hacerle perder la cabeza.

Deseaba tal emoción, que apenas podía controlar sus manos mientras estaba en clase. Veía a las personas a su alrededor, todos ajenos a lo que él sentía y pasaba en su mente... o a quién tenían a la par. Empezaba a brotar sudores en la frente y su cuerpo temblaba, se sentía incontrolable. Nadie se daba cuenta. Apretaba las manos debajo del escritorio, conteniendo el deseo de salir corriendo. Se sentía asfixiado.

Entonces, se repitió en la cabeza:

"Tranquilo, no pasa nada"

Estaba en uno de esos días, donde los episodios de angustia eran tan terribles e incontrolables, que solo podía saciarse de la única forma en cómo él se lo había sugerido.

Miró a los lados, encontrándose de casualidad con una de sus compañeras que retocaba su maquillaje con disimulo detrás de otro chico. Él siguió observando.

De inmediato, su mirada recayó en el labial rojo que ella sacó de un estuche repleto de cosméticos. Leon tragó saliva. El color parecía llamarlo, casi podía escuchar el susurro que emitía el labial contra los labios de la bella joven. 

Aquellos labios rojos le excitaban, y no precisamente de la manera más erótica que alguien podía imaginar.

Le costaba mantener las manos quietas. Sus impulsos por repasar el contorno de esos labios carnosos con la punta de sus dedos no hacían más que aumentar a cada segundo. Aquella escena no ayudaba en absoluto. Debía enfocarse en otra cosa, pero ¿qué podría ser más interesante que ver a su linda compañera ponerse un excitante labial rojo?

El encanto se rompió cuando ella se apresuró a guardar todas las cosas en su mochila para fingir prestar atención. Leon la miró y con la mano derecha, se tocó los labios con una expresión lasciva. Luego él se frotó las sienes, incapaz de alejar la terrible imagen que ahora tenía en la cabeza.

Sin verse capaz de perder una oportunidad, garabateó en una hoja de papel un mensaje para ella. Le pidió a uno de sus compañeros a que se lo pasaran con cuidado de no ser visto por la licenciada del curso. Cuando ella recibió el papel y escuchar quien se lo enviaba, frunció el entrecejo un rato, viendo en la dirección de Leon.

El mensaje era simple, claro.

"¿Sigue en pie lo del sábado?"

Leon le regaló una media sonrisa simpática para instarla a leer el contenido del papel.

Ella lo hizo. Luego tomó su teléfono en las manos y comenzó a teclear algo, y de inmediato le hizo una seña a Leon para que mirara su celular también. Leon lo hizo. Revisó sus mensajes y se encontró con un mensaje nuevo de ella.

"Aún no me dices lo que tienes en mente. Llevamos saliendo unas semanas y aún quieres mantener lo nuestro en secreto." Al final del mensaje, un emoji de enojo acusaba a Leon.

Leon comenzó a teclear otra respuesta rápida con una sonrisa.

"Después del sábado, siéntete libre de decirlo a quien quieras, hermosa."

"lo dices en serio?"

"Claro. Después del sábado. Te pasaré a recoger a las cuatro, solo escríbeme tu dirección"

No pasó el minuto cuando su celular volvió a vibrar en sus manos. Sonrió al ver lo fácil que había sido todo, casi podía sentirse como un completo casanova.

"Te va bien ese labial" agregó él, casi segundos después de su texto anterior.

"¿Tú crees? Es nuevo."

"Sí."

Él se rio.

"Como sea, no puedo esperar a que llegue el sábado. Será genial."

La muchacha se giró en la dirección de Leon con una sonrisa en el rostro, él se limitó a guiñarle el ojo con descaro mientras sonreía, dejando ver el par de hoyuelos que se le formó en ambas mejillas. Parecía un gesto normal, un acto bastante natural que un par de compañeros enamorados podían compartir entre sí.

Pero no para Leon. Nadie podría siquiera imaginar lo que significaba para él fijarse en una mujer que podía lucir el labial rojo en sus labios tan maravillosamente.

Tras enviar ese último mensaje, guardó su teléfono en uno de los bolsillos y trató en vano prestarle atención a la clase. La ansiedad volvió a sofocarlo con más intensidad que antes. 

 

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Juego carmesíWhere stories live. Discover now