9. ¿Empezamos a jugar?

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En las últimas dos semanas que transcurrieron desde que Leon fue interrogado, se le notaba intranquilo y molesto en ocasiones; alegre y simpático en otros. Su estado de ánimo se había vuelto demasiado inconstante.

Sin importar cómo se mostrara en el exterior, la ansiedad que lo acechaba en esos días no era similar al que sentía de costumbre, su ansia podía compararse con la emoción de quién esperaba la nota final de un examen. Era una combinación de miedo y emoción, mezclados erróneamente. A comparación de las sensaciones asfixiantes que lo deprimían, que profundizaba sus deseos criminales, este era más humano y lo hacía sentir como una persona normal. Bueno, quizá no del todo.

Estaba Leon en la mitad de una plática con Mateo un día martes por la tarde cuando una conversación específica con su hermano pasó de manera súbita en su mente.

—A diferencia de ti, hermano —había empezado a decir Leo con fascinación—, no me gustan las mujeres bonitas.

—¡Já! —Se había mofado Leon a modo de respuesta.

—Y me gusta mucho esa compañera tuya: María José.

Leon despejó esa plática de su cabeza lo más lejos posible para concentrarse en el compañero que esperaba atento en el escritorio al lado. La sonrisa que se le había formado a Leon se le esfumó de los labios, temía que su gesto fuese malinterpretado.

—Lo siento, ¿qué decías? —preguntó él entonces de inmediato. No recordaba qué le habían preguntado.

—¿Te gusta María José? —repitió Mateo con paciencia.

—Ah, sí, ella me gusta —respondió él.

En los labios de Leon, esa declaración se escuchaba vacía, sin sentido. Tampoco parecía ser una respuesta aprendida y sonaba más a una completa mentira que una verdad absoluta. Sin embargo, no era de un modo ni de otro, solo algo que Leon respondió de manera directa y concisa.

—Ella es muy linda —se limitó a decir Mateo, mitad nervioso y confundido.

"Solo cuando se sonroja", pensó Leon.

—Pero... —empezó a decir con lentitud, viendo a los lados con disimulo—. También me gusta a varias de nuestras compañeras —aclaró—. Por ejemplo: la sonrisa de Fernanda es bonita, los ojos de Alma son seductores, pero Karen es quien tiene los mejores labios y Anna es la que mejor se viste a pesar de no tener una bonita cara y cuerpo. Y María José, bueno, ella tiene buenas curvas. Cada una tiene lo suyo.

—¿Eh? —murmuró Mateo, confundido.

—Pero, ¿sabes, Mateo? —Él hizo una breve pausa para darle dramatismo a lo que estaba punto de confesar. En su rostro no se pintaban expresiones que pudiesen delatar sus intenciones o sus siguientes palabras—. Quien más me gusta eres tú.

Agregó lo último como si de sus labios hubiesen salido la monótona lista de supermercado, tan aburrido, normal. Leon no sonreía, no parecía divertirse o estuviera bromeando. Se limitaba a responder, a soltar afirmaciones sin generar algún gesto en su rostro para adornar de expresiones sus palabras. Todo de Leon en ese instante se veía tan vacío. Si él bromeaba, si eran verdades o mentiras sus palabras, Mateo no lo sabría jamás.

—¿Bromeas? —inquirió el chico, segundos después, todavía abrumado por esa simple oración.

—Por supuesto.

Pronto el ambiente entre los dos se sumió en un silencio incómodo. Mateo se negaba a seguir preguntando o agregar algo más. En su lugar, volvió su atención a las hojas blancas sobre su pupitre. Estaba Leon en su clase de física fundamental que recibía los martes en la tarde, esperando el ingreso del catedrático al salón, cuando Mateo exclamó eufórico de pronto para cambiar de tema.

Juego carmesíWhere stories live. Discover now