Cindy Preston

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Ya era lunes y yo estaba barnizando algunos materiales que Trisha utilizaría después. Me sentía algo culpable, porque había tenido con ella antes la conversación sobre el nuevo trabajo que haría en el refugio y que me impediría seguir ocupándome de la tienda.

Si bien ella se había puesto muy feliz de que yo pudiera hacer lo que me gusta, las dos sabíamos que eso implicaría dejar de pasar tanto tiempo juntas.

Pero al menos aún tendríamos varios días para adaptarnos, o eso fue lo que yo pensé.

Lo primero que había hecho al levantarme fue enviarle un mensaje a Ethan, diciendo que necesitaba verlo urgente. Al cual, por cierto, nunca contestó. Pero no me importó, había decidido verlo ese día para decirle lo que siento por él. Ya no podía esperar, y si no me contestaba, de todos modos iría a su oficina para la hora del almuerzo, cuando sabía que él tendría tiempo libre.

Entonces recibí una llamada de Lydia, su secretaria, avisando que me enviaría el coche a las once.

Fui a arreglarme porque quería verme tan bien como me sentía. Porque me sentía genial. Sólo pensar en estar con él hacía que todo estuviera de maravilla.

Ya no había rastros en mí, de ese muro tan horrible que mantuve en alza durante tanto tiempo, ni siquiera sentía ya el sofocante miedo de perder mi casa, porque ahora sabía que, si no actuaba rápido, podía ser superado por un miedo peor: el miedo de perderlo a él.

Me miré al espejo una última vez. Me había puesto un vestidito casual, tenía el cabello recogido en una alta cola que caía en ondulaciones hasta tocar mi nuca, y me puse algo de maquillaje. Me veía bien, lo suficiente como para que me diga que sí.

El coche llegó a la hora estipulada, pero el tiempo para trasladarse a la oficina de Ethan me pareció eterno, porque estaba demasiado ansiosa.

Al llegar subí, casi corriendo, al piso once.

Increíblemente, Lydia me saludó muy bien. No supe si mi buen humor se le contagió, o en realidad ya le había pasado el desprecio que sentía hacia mí. En mi ingenuidad me incliné a pensar lo segundo, ya no parecía detestarme como antes. Pero la realidad era que su desprecio se había volcado hacia alguien más.

—Buen día, señorita Rose. El sr. Welles la espera en su despacho —anunció con gentileza.

Le agradecí y pasé en cuanto me abrió la puerta.

Ya no podía esperar más. Mi corazón se contraía de regocijo y las manos comenzaron a temblarme.

Ethan estaba sentado en la pequeña mesa de reuniones que tenía a un lado de su oficina, y Agnes estaba ubicada frente a él.

Me sorprendió verla, así que me acerqué con cuidado.

—Buen día, Jacqueline —Agnes volteó a verme. Se acercó y me dio un beso—. Te ves muy bonita.

—Gracias —le contesté. No me quedaba muy claro qué hacía ella allí.

Ethan se acercó en ese momento a saludarme.

—Hola Jackie, te ves bien, pero... ¿Lydia no te dijo que teníamos reunión?

¿Reunión? Lydia no había mencionado nada de eso. Sólo dijo que Ethan me esperaba a las once y creí que se debió al mensaje que yo le envié.

Y mi atuendo no encajaba para nada con una reunión. Que vergonzoso.

Estaba pensando qué contestar, hasta que Agnes habló de nuevo.

—No la avergüence, señor Presidente —le dijo—. Tal vez se arregló para usted.

Claro, ella aún creía que Ethan y yo éramos novios, luego de la confusión que hubo en la gala benéfica.

Casa NO en venta (completa✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora