Mi acompañante en el casamiento

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El jueves se había vuelto el único día que me agradaba en la semana, exclusivamente por el hecho de no tener que asistir a la universidad. Aunque siempre encontraba algo que hacer para llenar ese espacio, al menos me servía para cortar la monotonía. Pero estuve como loca esa mañana, con reuniones casi sin poder descansar.

No me quejé, me sirvió para no pensar tanto en el hecho de que días antes había firmado los papeles para entregar mi casa. De alguna manera me afectaba, sería imposible que no fuera así. A pesar de que no tenía remordimientos.

Estuve hasta las siete de la tarde en la habitación de los bebés, intentando hacer dormir a uno de ellos. Todos los demás miembros del refugio ya se habían ido, excepto las dos chicas que vivían allí y se quedaban a cuidarlos. Me habían insistido que les permitiera a ellas dormirlo, pero yo estaba decidida a lograr que Erik (que así se llamaba) me aceptara de una vez por todas. Hasta ahora y desde el momento en que llegó al refugio se echaba a llorar cada vez que iba a parar a mi regazo.

Así que se retiraron, rendidas, a ocuparse de los demás bebés y me dejaron allí sola con él.

—Estrellita, ¿dónde estás...? —le cantaba en voz baja, mientras pataleaba en mis brazos y chillaba insistentemente—. ¡Por favor, Erik! —Rogué, levantándolo y acercándolo más a mi rostro— ¡Tienes que quererme! Al menos tú, ya que él no me quiere —lo miré con la más convincente expresión de tristeza que pude mostrar, para ganarme su corazoncito.

Pero él me vomitó encima.

Lo aparté, observando cómo el líquido chorreaba desde mi pecho hasta mi estómago.

—Ugh... eso va a costar sacar —me sobresaltó la voz de Ethan a mis espaldas. Volteé avergonzada.

Él estaba recostado contra el marco de la puerta, mirándome con gracia.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —le pregunté, deseando desaparecer del mundo entero.

—Lo suficiente como para no olvidarme de esta imagen nunca más en mi vida —aseguró entre risas.

Rodé los ojos.

—Al menos podrías ayudarme y cargarlo, para que pueda limpiarme —le reclamé, intentando entregarle a Erik, pero él se alejó dos pasos hacia atrás.

—¿Y tocar a un bebé que acaba de vomitar? Por nada del mundo.

Me quejé con la mirada, depositando a Erik en su cuna y logrando que deje de llorar en el mismo instante en que sintió el acolchado.

Ethan bufó de risa.

—Iré a ducharme —le dije, pasando a su lado.

Él me siguió por el pasillo.

—¿Qué estás haciendo aquí a esta hora, de todos modos? —le pregunté—. Agnes ya se fue.

—No vine a ver a Agnes —explicó—, sino a ti.

Probablemente se sentía culpable por lo de mi casa.

—Hasta esta semana no nos habíamos visto durante un mes y medio, y ahora te preocupas por venir —le dije con algo de resentimiento.

—Bien, puedes estar molesta conmigo, pero tuve mis razones —se explicó, mientras yo ingresaba al área de baño.

—Espérame aquí —le dije, cerrando la puerta en sus narices.

Sus razones me importaban un bledo. Estaba segura de que no justificaban el hecho de que lo haya extrañado tanto.

Me bañé, sacando toda la suciedad que tenía encima y cambié mis ropas por unas nuevas. Lo cual hizo que me sintiera mejor. Afortunadamente, convivir con bebés me había enseñado a tener siempre ropa limpia en el refugio, en caso de que necesitara cambiarme.

Casa NO en venta (completa✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora