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Noah Domenech

Llamé dos veces con los nudillos a la puerta del despacho de mi padre, y su voz grave se escuchó desde el interior con un 'adelante'. A veces me daba miedo visitarle, quizás porque sentía que iba a regañarme como si fuese una niña pequeña.

Entré en el despacho y lo vi allí, con la camisa remangada por debajo de los codos, aquél Rólex de oro colgando de su muñeca, parecía pesado, y lo era en realidad. Además, tenía el pelo engominado hacia atrás, tirante, con algunas ganas que indicaban que debía volver a echarse ese ridículo tinte.

—Noah, ¿qué haces aquí? Te hacía en Valldemossa. —Alcé una ceja ante sus palabras, ya que ese fingido interés en mi vida fuera de los negocios era tan fingido como el tinte de su pelo.

—Vengo a pedirte dinero. —Abrió los ojos con una sonrisa, cruzando las manos sobre el escritorio. —Tres mil euros. —Entonces su sonrisa se borró y volvió a mirar al ordenador, comenzando a escribir.

—Mira en mi cartera. —Suspiró mientras negaba. —¿Cuándo vas a venir a pedirme una buena cantidad de dinero? ¿Cuándo vas a involucrarte en esto, en nuestra vida?

—Probablemente nunca, papá. —Cogí su cartera y saqué más dinero al escuchar sus palabras. Guardé el dinero en mi bolsillo y le sonreí, encaminándome hacia la puerta. —Gracias.

—No, no me las des. —Claro que no, aquellos tres mil quinientos euros iba a ganarlos de nuevo en la próxima hora.

Bajé hasta la planta donde estaba Carla, y la puerta de la habitación estaba abierta. Se escuchaban voces que inundaban todo el pasillo, y yo me acerqué para asomarme por la puerta. Carla metía las cosas en su maleta con rapidez, mientras que sus amigas gritaban a su alrededor.

—¡No te puedes quedar aquí! —Gritaba Ashley, que casi estaba estallando de rabia.

—¿¡Y por qué te quedas tú!? Eres la que menos disfruta de esto porque estás todo el día amargada, ¿y ahora te quieres quedar? —Las palabras que salieron de la boca de Chloe hicieron que Carla se quedase parada un momento, pero comenzase a meter las últimas prendas en su maleta.

—Se queda porque la he invitado yo. —Sentencié, abriendo un poco más la puerta para que Carla pudiese sacar su maleta. —Y por cierto, que sepáis que tenéis que pagar los destrozos que habéis provocado en la habitación por la borrachera, ah, y dos quejas por ruido.

Carla parecía cabizbaja incluso en el ascensor, así que le di un toque en el hombro con la punta de mi dedo índice. Me miró, y simplemente le sonreí. Era lo único que podía indicarle que no se preocupase, que todo estaba bien.

*

Cuando llegamos a Valldemossa, Carla seguía cabizbaja y callada. No había pronunciado palabra en todo el camino hasta nuestra casa. Allí, Quique y María montaban la nevera de playa azul en la parte trasera de la camioneta.

—Quique, ¿has echado la tortilla en la bolsa? Noah tiene que venir y... —María me vio y alzó el brazo, saludándonos con una sonrisa. —¡Nos vamos a Es Trenc!

—¿Qué es Es Trenc? —Preguntó Carla acercándose a la furgoneta. Yo me quedé detrás con las manos en los bolsillos.

—Una playa flipante. —Respondí. De un salto me subí en la camioneta, y María dio la vuelta a esta para pasar un brazo por los hombros de Carla.

—Ve a ponerte el bañador, ya verás, va a ser genial.

Me puse el bañador y cuando bajé al coche Carla ya estaba en la parte trasera mirando por la ventanilla. Llevaba puesto un vestido ancho, claro, fino color negro que le llegaba por mitad del muslo.

una postal desde barcelonaWhere stories live. Discover now