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Carla Martí

Como Noah no podía bañarse en la playa, se quedaba en la orilla con el ceño fruncido, pero con una pistola de agua gigante entre las manos. Decía que le había costado veinte euros, y era enorme. Pero cuando digo enorme, es enorme. Tenía una bomba de agua que parecía una botella de dos litros, y lanzaba chorros como si fuese una manguera, además tenía cambio de presión en el disparo.

Y allí estaba, sentada en la silla de playa bajo la sombrilla con la pistola en la mano y apoyada en el muslo. Había aprovechado también para comprarse algunos boardshorts en distintos colores y además compró una colchoneta gigante donde cupiésemos las dos. Lo primero que hizo al llegar a casa acompañada de María es gritar: "LA COLCHONETA ES MÍA. LA PISTOLA ES MÍA." Y salió corriendo escaleras arriba.

—Ni se te ocurra. —Dije cuando toqué la arena al bajar las escaleras a la playa, señalándola. —No. Tengo la ropa puesta.

—Has sido muy mala conmigo. Pero mala de verdad, de ser hija de puta. Te mereces que te mate. —Me quité la camiseta rápido y se la eché al regazo.

—Si me disparas puedo ser peor. —Respondí poniendo una mano frente mi cara, para mantener la distancia entre Noah y yo.

—¡ESO ES UNA CANCIÓN DE BAD BUNNY! —Gritó enfadada lanzándome un chorro en las piernas.

—¡MIRA COMO SABES QUE ES DE BAD BUNNY! ¡LA QUE NO ESCUCHA REGGAETÓN! —Me abalancé sobre ella pero Noah volvió a dispararme, esta vez entre los pechos. —Ooooh... Oh no. No has hecho esto. —Noah me apuntó cerrando un ojo para afinar la puntería. —Noah, en la cara ni se te ocurra. —Me volvió a disparar, esta vez en la cara, y yo apreté la mandíbula sin decir nada. Mantuve los ojos cerrados escuchando su risa.

—Así estás limpita. —Yo no reaccioné ni a sus palabras ni al chorro de agua que me había caído en la cara. Me quité el pantalón y me tumbé en mi toalla sin decir nada más. —Oye. —Me llamó, pero yo no respondí.

Me puse los cascos con la música para no escuchar nada y distraerme, pero en ese momento estaba enfadada. Al menos, molesta. Me pasé una media hora escuchando música bajo el sol hasta que me quité los cascos y los dejé al lado de mi cabeza.

—Carla. —Me volvió a llamar Noah, pero yo la ignoré.

Subí a casa, y sabía que Noah también lo había hecho. Mientras me duchaba —una de las pocas veces que me había duchado en uno de los dos baños— escuché unos pasos en la puerta que pararon.

—Carla, por favor, no te enfades. —Y en realidad, ya no estaba tan enfadada como antes, sólo molesta, pero quizás así se daría cuenta de lo que podría pasar si me enfadaba de verdad.

Cuando salí de la ducha Noah ya no estaba, pero sí que estaba en el salón. Mientras yo me hacía un sándwich de mermelada, Noah volvió a aparecer por detrás, poniéndome la mano en el hombro. Yo seguí untando la mantequilla en el pan con delicadeza y especial cuidado, porque si no el pan de molde se rompería.

—Bueno, lo siento, perdón... Si quieres puedes quedarte con la pistola, no la volveré a usar más. —Susurró con un tono triste y apagado, con la cabeza gacha y casi pude ver que un puchero en su rostro.

Hice un sándwich de esos que le gustaban a Noah, con mayonesa, lechuga, tomate, jamón y pepino, además de un zumo de melocotón que compraba exclusivamente para ella. A veces parecía una niña pequeña, pero cada uno tenía sus manías.

Estaba sentada en su hamaca, balanceándose, y me percaté de que llevaba puesto los cascos. Dejé el plato y el zumito en la mesa de la piscina y me acerqué a la hamaca, tumbándome a su lado con medio cuerpo encima del suyo. Ella dio un respingo al sentirme, quedándose confusa y quitándose los cascos.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora