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Carla Martí

Noah no paraba de tocarme la cara y besarme una vez dentro de casa. No me podía creer que por fin estuviese con ella, a su lado, de nuevo en casa. Tenía el pelo más corto que cuando nos despedimos, se había repasado el cogote y ahora al acariciarla tenía el pelo rasurado, algo que me encantaba sentir y que cuando mi hermano siempre iba a la peluquería me pasaba los siguientes dos días acariciándole la cabeza.

—¿Has venido en taxi o cómo? —Dijo Noah entrando en la cocina, sacando una botella de vino de una de las estanterías.

—Bueeeeno... Me ha traído un coche de tu padre. —Noah se giró rápidamente con los ojos entrecerrados. —Sí, esa es una cosa que quería comentarte, me ha traído tu padre.

—¿Qué?

—Me llamó ayer a la hora de comer y me preguntó si quería volver a Mallorca. Yo le dije que sí, pero que necesitaba el trabajo porque sólo trabajábamos mi padre y yo para sostener la familia, a mis dos hermanos y a mi madre, y bueno... —Miré al techo con una sonrisilla, sentándome en el taburete de la cocina y dando una vuelta completa. —Me ofreció un trabajo en una clínica de Palma y contrató a mi hermano.

—¿Mi padre ha hecho eso? —Asentí cogiendo la copa de vino. Noah parecía estar extrañada al igual que yo cuando me llamó. Parecía una broma de mal gusto.

—Sí, nos prestó su jet. Bueno, vuestro jet. —Me bajé del taburete para ir detrás de la barra con Noah.

—No, no, no, no, su jet. —La besé para que se callase y me aparté limpiándole los labios que habían quedado manchados de mi pintalabios. —¿Y tu hermano también está aquí?

—Sí. Y también puede que... Le haya pedido usar su jet para que mi madre venga de vez en cuando a verme pero no te enfades por fi por fi por fi por fi. —Dije repetidas veces dándole tiernos besitos en los labios que ella también acabó respondiendo.

—¿Cómo me voy a enfadar? —Me abrazó dejándome un beso antes en la mejilla, y yo la rodeé por el cuello, escondiéndome en él, refugiándome en ella después de aquella lluvia. —Te quiero. —Me susurró al oído. Era la primera vez que se lo escuchaba decir así, de cerca, contra mi piel, y mis dedos se apretaron sobre su jersey.

—Yo a ti más. Y por cierto, tengo muchísima hambre... —Noah hizo una mueca, separándose de mí pero sin soltar mi mano en ningún momento.

—Pues es que lo único que tengo para comer es ramen de un chino de Palma. ¿Quieres que pidamos pizza? Yo llamo y tú vas colocando tu maleta.

Deshacer la maleta de nuevo en casa de Noah era todo un cúmulo de emociones. Recordaba la primera vez, un poco desconfiada pero totalmente lanzada a pasar una experiencia plena con gente que apenas conocía. Podría haber salido mal, Noah podría haber sido una psicópata que sólo tenía sed de mi sangre, pero no.

—Ya está. Dice que llegarán en una media hora. Déjame que te ayude. —Dijo arrodillándose delante de mi maleta, comenzando a darme mi ropa doblada para ocuparla en el armario de Noah. Ni siquiera tuve que hacer sitio en su armario porque toda su ropa estaba en cajones y sólo tenía medio armario con perchas para sus trajes. —No me puedo creer que estés aquí. ¿Has vuelto por mí? —Quizás le haría daño con esa respuesta, pero negué colocando mis pantalones en un cajón.

—No. He vuelto porque no soportaba Nueva York. Me daban ataques de ansiedad, la gente ni siquiera te saluda por la calle, es todo estresante, no es como aquí. Debería estar acostumbrada, pero mi adolescencia, que es cuando te das cuenta de las cosas, la pasé en un hospital donde me tenían encerrada, luego fui a la universidad y seguí encerrada estudiando y, la única vez que fui capaz de tener una vida y socializar, conocer a la gente, el estilo de vida de una ciudad, fue aquí. Y claro... Me acostumbré a que me saluden por la mañana, den las gracias por cualquier cosa y la gente vaya calmada. Y la segunda razón eres tú. —Terminé de doblar unas cuantas camisetas y las metí en el cajón.

una postal desde barcelonaWhere stories live. Discover now