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Noah Domenech

Cuando me desperté ya no había nadie en la habitación, estaba yo sola y ni siquiera la bolsa de Carla donde llevaban sus cosas. Al mirar el móvil tenía un mensaje suyo, diciéndome que estaba en el restaurante del hotel desayunando con los demás.

Me duché, me cambié y bajé al restaurante. Echaba de menos los huevos revueltos y el beicon que tomaba para desayunar allí, además de los bollos de pan recién hechos y las alubias.

Cogí mi plato y mi vaso de zumo, sentándome frente a Carla y al lado de Jaume.

—Buenos días. Buenos días. Buenos días. —Miré a Jaume frunciendo el ceño. —Menos a ti. Tú me caes mal.

—Bueno, bueno, bueno... ¿Ayer hubo mucho traqueteo en la cama? —En realidad, yo no me acordaba, así que la miré a ella expectante. Carla nos miró a todos con una ceja alzada, cogiendo su taza de café entre las manos.

—Empezamos a besarnos y Noah se quedó dormida. —Confesó levantando los dedos de la taza de café con los labios apretados y las cejas alzadas, dándole un sorbo.

—¡No! ¡No te creo! —Jaume se reía y me dio una colleja en la nuca. —¡Eres un puto ridículo! —Dijo riéndose, chocando los cinco con Quique.

—¿En serio? Joder, sí que iba cocida anoche. —Dije en voz baja, casi hundiéndome en el plato del desayuno.

A la salida del hotel, los demás creyeron que era buena idea ir a la playa de magaluf. No estábamos para coger mucho el coche y la playa estaba cerca, además la gente que habría serían gente con resaca como nosotros.

Me acerqué a Carla y la cogí del brazo, reteniéndola conmigo antes de que siguiese el camino con los demás.

—Oye, perdóname por lo de anoche. —Aquella disculpa era de corazón. Parecía disgustada por aquello, y eso me hizo sentirme mal. Carla sonrió y ladeó la cabeza.

—¿Por qué te disculpas? —Se encogió de hombros y se agarró a mi mano. —Me pareciste muy mona quedándote dormida, aunque quisiese seguir toda la noche así, pero dormir contigo me gusta mucho. Pero... Me gustaría pasar tiempo a solas contigo. Lo necesito.

—¿Quieres que vayamos a casa? O incluso podemos pasar unos días en el hotel. —Carla apretó los labios y asintió.

—Vayamos a casa. Valoraremos lo del hotel en otro momento. —Me llevé la mano al bolsillo para coger las llaves del coche pero no las encontraba, miré a Carla y ella abrió su bolso y sacó las llaves.

—Mmh... ¿Tienes también...?

—Sí, tengo también tu cartera y tu móvil.

De camino a Valldemossa, Carla me pidió que pusiese algo de mi música. Me gustaba esa parte de ella, la que decidía probar cosas nuevas, la curiosa, la que preguntaba y no tenía miedo de aprender sobre la marcha. Poco a poco, esa Carla a la que sus amigas llamaban pesada, se iba alejando, y quedaba esta Carla. La que sacaba el brazo por la ventanilla para sentir el aire sosteniendo su mano, o la que escuchaba Angel in Blue Jeans con los ojos cerrados, la cabeza apoyada en el respaldo y el aire dando en su cara o bailaba con Don Omar pegada a mí.

Llegamos a casa y fuimos directas a cambiarnos, a por la toalla grande, una sombrilla y el bolso de Carla. Ella se fue al agua, pero yo me tumbé en aquella toalla para dos personas que habíamos comprado a uno de esos vendedores ambulantes en la playa de Es Trenc varios días atrás.

Estaba casi por quedarme dormida, cuando sentí a Carla ponerse de rodillas a mi lado y tumbarse en la misma posición que yo; bocabajo. Sus dedos se deslizaron por mi espalda, acariciándome y despertando mi piel, que se erizó.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora