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Noah Domenech

Carla estaba de pie delante del espejo del baño mientras se colocaba el sujetador con el ceño fruncido. Yo ya estaba vestida pero la observaba desde atrás, viendo cómo se pintaba la línea del ojo estirándose el párpado hacia abajo.

—¿Por qué me miras así? Sólo me estoy maquillando un poco. —Dijo riéndose, guardando el lápiz en la bolsita de su maquillaje.

—No sé. —Respondí con una risa, pero en realidad sí que lo sabía, lo que pasaba es que no quería ser pesada. Me pasaba que nunca se habían preocupado por mí, nunca me habían dado cariño, nunca habían estado a mi lado, nunca me habían elegido a mí. Yo nunca había sido la primera opción para nadie, ni siquiera para mis padres.

—Bueno, no es un problema que me mires así. —Se giró sobre sus talones y me besó cogiéndome por el cuello. —Pero ahora tenemos que ir a comprar.

Sí, a comprar. A comprar adornos de Navidad porque yo hacía seis años desde que no celebraba la Navidad. Todos iban con sus familias, pero la realidad era que yo no tenía una. Yo no tenía una casa acogedora con tíos y tías que te preguntan por los novios, barullo en la cena y el tío borracho que se pone a bailar en mitad del salón. No, mis padres organizaban un evento en Nochebuena y a nosotros nos dejaban con las niñeras. Eso sí, a la mañana siguiente había un montón de regalos en el salón, de eso nunca me quejé.

—Quiero decorar la casa como si fuese la mía, ¿sabes? —Dijo mientras caminábamos hacia la zona de árboles de Navidad del Carrefour. —Y un árbol grande.

—Un árbol grande. Oye, ¿cómo quieres decorarla? Nunca he decorado una, siempre la decoraba el servicio. —Carla frunció el ceño y giró la cabeza hacia mí casi a cámara lenta. —Joder, era una niña rica, no me culpes.

—Pues ponemos el árbol en la esquina del salón, la que pega con la ventana que da al jardín de la playa, donde la barbacoa, luego, unas luces blancas, de colores no, eso está pasado de moda.

—Pues a mí me gusta. —Espeté.

—Pues no. Pasado de moda. —Me señaló negando. —Unas bolas rojas, guirnaldas con flores de pascuero, muérdago, ya sabes, para ponerla encima de la chimenea con algunas luces, ¡oh! Y los calcetines que van encima de la chimenea. ¡Y una corona de muérdago para la puerta! Que no se nos olvide. —Comentó por último antes de llegar a los árboles de Navidad.

—Perfecto. ¿Qué árbol cogemos? Uno grande, ¿no? Que parezca real. —Carla los miraba todos con el ceño fruncido, y yo iba detrás de ella observándolos también. —Mmh, hablando de gastar y eso, tengo que comentarte una cosa.

—¿Qué ocurre?

—Oh, nada, es que cuando te fuiste estuve trabajando para mi padre y... Recaudé algo de dinero.

—Vaya, eso está muy bien. —Se paró delante de uno, tocando las ramas del árbol con la mano.

—No, escucha, quiero que me ayudes a encontrar la forma de emplearlo.

—¿No vas a quedártelo? —Yo negué mirando el árbol que Carla rondaba, y me puse por el otro lado.

—No. Bueno, una parte, pequeña, pero la otra quiero donarla o hacer algo con ella.

—¿Cuánto dinero es? —Preguntó en voz baja acercándose a mí. Yo miré a ambos lados y me agaché para llegar a su oído.

—Doscientos mil euros. —Ella abrió los ojos de par en par y se puso la mano en la boca. —Lo sé. ¿Qué debería hacer?

una postal desde barcelonaWhere stories live. Discover now