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Noah Domenech

Al día siguiente, Carla quería echarle un vistazo a mi herida. Los demás habían ido a la playa, sin embargo yo tenía que curarme la herida de la cabeza. Ella me sentó en uno de los taburetes de la cocina, porque así estaba más alta y podía curarme de pie.

—Así que... ¿Cuánto voy a tener que pagarte por los servicios? —Dije viéndola ponerse los guantes, alzando una ceja.

—Mis servicios, para ti —levantó la mirada hacia mis ojos, con media sonrisa— son gratis, Noah. —Retiró con cuidado el esparadrapo y me quedé apretando los ojos. —Shh, no te quejes que no es nada. —Tomó un trozo de gasa y la limpió con agua oxigenada, y luego, con pequeños toquecitos de betadine. —¿Te ha dolido la cabeza esta noche?

—No.

—Bien... —Me sopló en la herida, separándose después.

—Yo también quiero una piruleta. —Señalé las que tenía en su maletín. Carla rio y sacó una piruleta color verde, poniéndomela delante. —Graciaaaas. —Rompí el envoltorio y me lo llevé a la boca mientras ella lo recogía todo. Era de manzana, mi favorito.

—Oye, quizás sí que podrías agradecérmelo. —Se quitó los guantes y caminó hacia la basura, donde los tiró.

—Dime, ¿qué puedo hacer por ti? —Me giré en el taburete, poniendo los antebrazos en la mesa. Carla también, quedando frente a mí.

—Quiero tinto de verano. —Asentí con los ojos cerrados. —Nada más.

—¿Cómo que nada más? A ver, unas gambitas, una paella, no sé. —Me encogí de hombros, sugiriéndole que fuésemos a comer de una forma sutil.

—¿En España todo lo hacéis alrededor de la comida? —Asentí alzando las cejas con una sonrisa, bastante orgullosa de ello.

—Tenemos pocas cosas buenas, pero la comida es una de ellas. Entonces... Ya que no puedo ir a la playa...

—Sí puedes ir a la playa, lo que no puedes es—

—... Entonces tendremos que buscar otros planes. Como... A ver... Salir a comer. ¿Te parece bien? —Carla cogió su maletín y se dirigió hacia las escaleras, dedicándome una última mirada antes de subir.

—Pero, pagas tú, ¿no? —Me guiñó un ojo y esperó a mi respuesta.

—Tú pide lo que quieras que pago.

Fuimos al centro de Valldemossa, que al ser mediodía estaba lleno de gente, de bares abiertos, de colores, de las macetas en las ventanas, de olor a comida, de risas, de gente hablando alto y disfrutando de la compañía. Cómo se notaba cuando estábamos en España, cómo se notaba la gente, el ambiente, la fiesta sin ser fiesta, la alegría casi sin quererlo.

Carla iba a mi lado observando el adoquinado de las calles y las casas de ladrillo, reparando en lo que había más allá, en las montañas que nos rodeaban formando una manta verde que contrastaba con el azul intenso del mar.

—¡Mira Noah! Esas señoras están tejiendo redes. —Las señaló Carla como si fuese una niña pequeña.

—Sí, es típico en la costa. Se sientan con sillas y tejen las redes para sus maridos, los pescadores. Aunque creo que es una tradición que se va a perder si la cosa sigue así. —Me encogí de hombros con una mueca. Carla me miró preocupada, siguiendo el camino.

—¿Por qué?

—Pues porque las mujeres ya no somos como antes, Carla. Ni los chicos quieren ser pescadores, ni las chicas quieren quedarse en el pueblo haciendo las redes para ellos. —Ella pareció entenderlo y asintió.

una postal desde barcelonaWhere stories live. Discover now