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Carla Martí

-No, Noah, escúchame. –Intenté sujetarla por el brazo mientras se daba la vuelta y negaba. –Noah, no te pareces en nada a tu padre. No eres como él, nunca serás como él. –Me miró con el ceño fruncido, limpiándose las lágrimas con el antebrazo, cómo si no supiese cómo lo sabía yo. -¿Piensas que tu padre haría lo que tú haces? ¿Qué donaría todo ese dinero a una buena causa? ¿Qué se interesaría por la gente que lo pasa mal? ¿Dejaría que sus amigos vivieran gratis todo el verano en su casa sin rechistar? –Noah enmudeció, pero no hizo ningún gesto. –No. María me lo ha contado todo esta tarde, ¿de verdad piensas que porque se te cayó tu hermano con siete años se te van a caer todos los niños del mundo? Pues claro que no, pero es que nadie nace sabiendo coger niños, ni tampoco cuidarlos, pero lo que no eres es como tu padre. No le dejarás atrás, porque tú nunca dejas atrás a alguien que te importa.

-No es que no quiera tener un hijo es que... Es que me aterra que sufra por mi culpa, me aterra cogerlo y que se me caiga, o que acabe como yo, con traumas por todo. –Se quedó pensativa, mirando al suelo, con el ceño fruncido, hasta que me miró a mí. –No me dices esto porque quieras tener hijos ya, ¿no? –Yo eché la cabeza hacia atrás y suspiré, negando.

-No, y espero que no hablemos más de hijos hasta dentro de diez años por lo menos.

Supe, por su mirada perdida en el suelo, los labios apretados y ladeados y su mano frotando su nuca, que se sentía avergonzada por haber llorado, porque quizás pensaba que era una tontería, así que me puse de puntillas y la abracé por el cuello, dándole un beso tierno en los labios.

-Dúchate y cenamos, ¿vale? –Noah asintió con las cejas fruncidas, despegándose de mí para subir por las escaleras. –Oh, y... Perdón. Perdón por haberte mentido. Le diré al chico que se lo entregamos. –Ella se rio y se frotó la cabeza.

-Se me había olvidado. –Dijo sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados. Todo aquél embrollo de su padre y sus sentimientos enterrados habían hecho que olvidase el porqué de la situación. –No importa, quédatelo. Y creo que... Me iré a dormir directamente.

-Espera, no estás enfadada o molesta conmigo, ¿verdad? –Noah me dio un beso en los labios antes de irse, acariciándome la mejilla, negó y se fue a la habitación.

La entendía. Estaba cansada de sentir, de sentir tanto y mal durante todo ese tiempo. De no poder contárselo a nadie por no querer dar pena, de explotar así y explotar conmigo. Había vaciado ese saco que llevaba en su espalda y ahora ya pesaba menos, aunque seguía llevándolo, pero ya con menos carga.

Subí a la habitación después de cenar un ligero sándwich y me tumbé con ella, que ya estaba dormida. Seguía teniendo la parte inferior de los ojos enrojecida, pero ahora parecía estar en paz. Pasé mi mano por su pelo, le di un beso en la mejilla y la abracé por detrás, sintiendo a Noah, por primera vez después de todo ese tiempo, débil.

*

Estaba poniendo los platos en la mesa del jardín cuando vi aparecer a Noah por las escaleras. Se frotaba un ojo y me buscaba con la mirada, a la vez que el perro se volvía loco al verla y saltaba sobre sus piernas para que le hiciese caso.

-Buenos días... ¿Vamos a desayunar en el jardín? –Yo me quedé mirándola con una sonrisa y la olla de pasta carbonara en mis manos.

-¿Desayunar? ¿Tú has mirado la hora? –Vertí los raviolis en los platos, y Noah se echó a reír pasándose las manos por la cara. –Son las dos. Creía que te pasaba algo, en serio.

-Que no he dormido así de bien en mi vida. –Fue a darme un beso pero me aparté de golpe poniéndole una mano en la boca.

-Cuando comas algo. –Noah se echaba a reír mientras cogía los vasos y el agua, caminando detrás de mí hasta la mesa del jardín. -¿Cuánto has dormido? ¿Quince horas?

una postal desde barcelonaOnde histórias criam vida. Descubra agora