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Carla Martí

—¿Esto lleva clopadlimina de esas? —Noah removió mi plato de macarrones, mirándome con el ceño fruncido.

—Deja mis macarrones. —Le retiré el plato y lo puse frente a mí. —Es clozapina y es un medicamento para la esquizofrenia. No está en los alimentos.

—Entiendo. —Sorbí uno de los macarrones y me limpié los labios que se habían manchado de tomate.

Estábamos bajo las sombrillas en la playa. Habíamos puesto dos mesas bajo la carpa y allí lo habíamos puesto todo. Los macarrones, la tortilla, los refrescos, las cervezas, incluso algunas aceitunas en un cuenco de plástico. Ellos ya habían comido, pero yo estaba esperando a que Noah volviese de trabajar para comer con ella, y menos mal que llegó pronto.

Noah partió un trozo de tortilla y se lo echó encima de los macarrones, comiéndoselo en conjunto. Un mechón de pelo se le puso en la cara, así que yo lo aparté mientras masticaba, pero ella se pasó la mano por el pelo, echándoselo hacia el otro lado para que no le molestase.

—El poco pelo que tengo y lo que me molesta.

—Porque lo tienes todo delante. Tienes flequillo. —Le dijo Quique, señalándola con su cerveza en la mano desde la orilla. Entonces Noah cogió su gorra y se la colocó hacia atrás, como solía hacer.

—Ya está.

—Qué guapa estás cuando te pones la gorra. —Le dije partiendo un pedacito de pan para ayudarme a poner los macarrones sobre el tenedor. —¿Por qué todo te queda bien? Eres frustrante.

—¿Cómo? No, no todo me queda bien. —Dijo con la boca llena, tragándose una cerveza a largos tragos para poder pasarlo todo. Su móvil comenzó a sonar y a vibrar sobre la mesa, y al ver el nombre Noah rodó los ojos. —Hola, papá. —Se recostó en la silla mirando al frente con el ceño fruncido. —Mmh... En Barcelona. O sea, a ver si me he enterado, quieres que vaya a Barcelona porque Carles viene desde Chicago a pasar unos días. Y me dices que, me dices que me regalas una entrada para ver al Barça en la vuelta de la Supercopa si voy. —Comenzó a reírse mientras negaba. —No. Adiós. —Colgó y casi tiró el móvil en la mesa.

—Mmh... No quiero meterme, pero, ¿por qué no vas a Barcelona, Noah? —Se giró para mirarme con la mandíbula desencajada, como si estuviese loca. —¡Noah, es Barcelona! Tienes que ir, si fuera tú iría. ¡Te lo paga tu padre y vas a Barcelona! ¡Barcelona es preciosa! Bueno, supongo, sólo vi el camino del aeropuerto al puerto en un taxi. Dios, Noah, por favor, ve, hazlo por mí, y me traes un imán para la nevera, que a mi madre me gustan. —Asentí rápido con una sonrisa. Noah me miraba con el ceño fruncido mientras yo le movía el brazo para que accediese. Ella estiró el brazo para coger de nuevo el móvil y cerró los ojos al marcar el número de su padre. —¡Sí, sí! —Di unos aplausos seguidos.

—Papá. Mira que... Que si voy. Pero escúchame una cosa, que... Que la habitación del hotel y las entradas al Camp Nou deben ser dobles porque llevo a alguien. Vale, hasta mañana. —Y colgó.

—No me quiero hacer ilusiones pero diría que ese alguien soy yo. ¿Soy yo? Por favor déjame hacerme ilusiones. —Dije con las manos cruzadas delante de la boca.

—¡Pues claro que eres tú! Te voy a llevar a Barcelona. —Afirmó levantándose de la silla. Yo comencé a saltar completamente emocionada, abrazándome a ella como si fuese a escaparse a Barcelona sin mí.

—Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, eres un sol. —La cogí de las mejillas y comencé a llenarle la cara a besos, haciéndola reír.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora