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Noah Domenech

—¿Echando de menos las inmersiones, Domenech? —Mi compañero de laboratorio cerrando uno de los tubos de muestras.

—No veo la hora de que termine este mes. —Coloqué la placa de cristal en la platina, ajustándola con cuidado. —Siempre nos toca a nosotros la semana de tarde. —Puse mi ojo en la lente del microscopio, ajustando el tornillo microscópico.

—¿Son muestras de Menorca?

—Sí. De la semana pasada. Mmh... No pinta bien esto, ¿eh? —Negué rápidamente, quitando la placa de la platina. —Esta muestra está llena de fitoplacton de una forma exagerada.

—¿En Menorca? —Asentí con el ceño fruncido, metiendo el tubo de la muestra en una bolsa.

—Voy a llevarlo a analizar.

Salí del laboratorio cerrando la puerta de cristal. El centro tenía un gran espacio en medio de todas las plantas, con un enorme acuario en forma circular que llegaba hasta el techo. Llamé a la puerta de la sala de análisis y abrí. Era una tontería porque en realidad no estábamos obligados a llamar.

—Buenas tardes, buenas tardes, buenas tardes queridas. —Me acerqué a mi compañera, Estela, que se giró quitándose los guantes. —Justo a ti te buscaba, reina.

—Aw, ¿qué quieres? ¿Qué me traes? —Levanté la bolsa para que lo viese y se lo entregué. —Oh, vaya, menudo color verdoso tiene.

—Sí, analízalo, anda. Es bastante urgente. —Mi móvil empezó a vibrar en el bolsillo de mi pantalón, así que le di la bolsa a Estela, que se puso inmediatamente a hacer lo que le había pedido. Era María, ¿qué querría a esa hora? Eran casi las ocho de la tarde. Seguro que sería para irnos a cenar. —Dime.

—Noah, tienes que venir rápido a Valldemossa. No sé qué le ha pasado a Carla, pero hemos tenido que llevarla al hospital.

—¿Pero qué ha pasado? ¿Es grave? —Dije corriendo hacia la salida del centro. No sabía cómo sentirme. De repente tenía una presión en el pecho que casi no me dejaba respirar, y todo tenía que ver con su enfermedad. ¿Y si había vuelto a recaer?

—No lo sé. Nos la hemos encontrado en la cocina convulsionando, por favor, ven rápido.

Creo que de esa misma tarde me llegaron tres multas diferentes. Una por velocidad, iba a unos ciento ochenta por una carretera por la que el máximo era 100, otra por meterme en una calle en dirección contraria y la última por aparcar en un sitio para minusválidos en el hospital.

Salí disparada del coche, ni siquiera sabía dónde ir, así que pregunté en la recepción por Carla Martí.

Subí a la cuarta planta y casi jadeando, sin pulmones y sudando llegué al final del pasillo donde estaban los cuatro. María y Miry hablaban entre ellas con un café en la mano, Quique y Jaume por su parte miraban el móvil.

—¿Qué ha pasado? ¿Está bien? —Cuando me vieron tan agitada fruncieron el ceño.

—¿Por qué estás así? —Preguntó Miry con el ceño fruncido.

—¿Qué por qué estoy así? —Dije jadeando, humedeciéndome los labios. —¿Qué por qué coño estoy así? Joder, Carla está en el hospital.

—Ya, pero probablemente se habrá desmayado con esta ola de calor que hay. Estamos a cuarenta grados. —Dijo como si fuese algo de lo más natural.

—Miry, Carla estuvo enferma. Tuvo leucemia durante cinco años. —Al parecer aquello solo me lo había contado a mí, así que al escucharme todos se pusieron de pie y se acercaron. —Sí, eso es. Carla estuvo a punto de morir varias veces durante su adolescencia, ¿y si esto significa que ha recaído? Yo me moriría. Me moriría si algo le pasase a Carla. —Me senté en el banco y hundí la cabeza en mi pelo, negando levemente. Mi madre sufrió la misma enfermedad que ella, y recayó. Recayó dos veces, no se libraba, no se iba de su cuerpo, no la dejaba, hasta que al final la venció.

una postal desde barcelonaWhere stories live. Discover now