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Carla Martí

La noche anterior había sido un poco rara y turbia. Empezó bien, nos lo pasamos genial en aquél restaurante, pero todo se torció cuando apareció esa tal Laura. Era cruel y tóxica, una combinación que había destrozado a Noah hacía algunos años. Le había tomado mucho cariño a Noah en aquél mes y medio y me dolía verla así. Me dolía que con una simple frase se hubiese pasado la noche anterior cabizbaja y sola. No quería hablar con nadie, aunque a mí sí que me dejó acercarme.

A la mañana siguiente al bajar las escaleras vi que estaba sonriente en la mesa. Llevaba puesta una camiseta gris, el pelo alborotado, como solía tenerlo por las mañanas y estaba comiéndose una tostada con algo rojo por encima.

Me acerqué por detrás y rodeé su cuello con mis brazos y la abracé por la espalda, agachándome para darle varios besos en la mejilla.

—¿Estás mejor? ¿Mmh? —Volví a besarle la mejilla con más fuerza.

—Buenos días, Carlita. Y sí, estoy bien. ¿Quiere mi niña un zumito? —Cogió un cartoncito de zumo de uva de la mesa y lo movió. —Venga, que yo te lo abro.

—Eso ha sonado mal. —Cogí el zumo de su mano y me senté en la silla de al lado, cruzándome de piernas. —¿Dónde vamos hoy?

—Pues esta gente están ahí abajo, en la playa. —Se levantó de la mesa y se estiró con un bostezo, con los brazos levantados y la camiseta subida dejando ver su abdomen. —Ay...

—Voy a ponerme el bikini entonces.

—¿El bikini? —Dijo ella saliendo de la cocina conmigo. —¿Cuál vas a ponerte? ¿Ese que te hace tan buenas tetas? Si quieres te ayudo a elegir, ¿eh? Por mí no hay problema. —Comencé a reírme y ella me dio un golpecito en la parte baja de la espalda. —Me ignoras y me das calabazas.

—Es que quiero que sea una sorpresa, ¿sabes? Así cuando veas mis tetas te impactarán. —Me di la vuelta y comencé a subir las escaleras, escuchando de fondo:

—Ojalá me impactasen en la cara. —Yo llegué hasta la habitación riéndome casi sin poder sostenerme sobre mis piernas. ¿Habría un día en el que no me hiciese reír hasta casi desfallecer?

Me cambié y bajé a la playa. Allí no vi a Noah pero si a todos los demás. Puse mi toalla en el suelo, al lado de las sombrillas pero sin que llegase a darme la sombra. Con la gomilla que tenía en mi muñeca me recogí el pelo en una coleta y, mientras lo hacía, me cogieron de la cintura de forma brusca y me asustaron.

—¡BUH!

—¡NOAH! —Salté en el sitio y me giré dándole golpes en el brazo, llevándome la mano al pecho. —Eres idiota, me has asustado. —Noah no podía parar de reírse, hasta tal punto que me contagiaba a mí también la risa. —¡Para! —La empujé por los hombros, riéndonos las dos, hasta que Noah paró y me cogió de las mejillas con una mano.

—Mirad, ¿os gusta mi bañador? Es un pantalón. —Bajé la vista hasta el bañador de Noah que era uno de esos bañadores de pantalón corto de color rosa fucsia, casi fluorescente, con los bordes en verde del mismo tono, y la parte de arriba del bikini era rosa con las tiras verdes, igual. —Es que siempre he estado muy insegura de esta parte de mí, y esto lo tapa. —Se señaló la zona de los muslos y la entrepierna.

—Oh, es muy original. —Dije yo esparciéndome la crema solar por la cara. —A mí me gusta. Además, tiene bolsillos para poder guardar cosas. —Noah se acercó con el ceño fruncido y, con su dedo índice terminó de esparcir la crema.

—Tenías un pegote en la nariz. —Y me apretó las mejillas con su mano, haciendo que mis labios se apretasen y abriesen como si fuese un pez. —Eres un besugo.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora