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Noah Domenech

Recuerdo la primera vez que le dije a mi padre si quería venir a ver un partido de volley en el instituto. Buscaba constantemente su aprobación, su mano en mi hombro diciéndome felicidades, o un "estoy orgulloso de ti". Me esforzaba por sacar las mejores notas, hice la carrera que él quería sólo porque yo necesitaba su aprobación, pero nunca fui suficiente. Ni en el instituto, ni en la universidad, ni en la vida. Así que llegó un momento en el que me paré y decidí mandarle a la mierda.

Decidí estudiar biología, lo que me gustaba, y cuando se enteró sí que se acercó a mí, pero para gritarme que era una desgracia para la familia y que como bióloga no llegaría a nada. Decidí dejar de vivir en una urbanización privada y pija y me compré la casa en Valldemossa, y él me gritó que me pudriría allí.

Le dije que era lesbiana, que me gustaban las mujeres, y él me dijo que le daba asco. Esas fueron sus palabras textuales.

Mientras yo vivía al margen, él se desvivía por Carles. Le dio el empujón para montar su propia cadena de hoteles, fue a su boda a la que, por cierto, nadie se molestó en invitarme, y se le caía la baba con sus nietos. Cada vez que iba a verles, mi padre me miraba con desprecio desde una esquina de la sala, se daba la vuelta y llamaba a mi hermano.

Estas son unas de las pocas razones por las que le tenía tanto asco a mi padre, pero que nunca conté, ni siquiera a Carla. A nadie cercano, sólo a mi psicóloga. Pero algo pasó cuando mi madre murió, quizás se sentía sólo porque mi hermano Carles se mudó a Chicago, pero centró toda su atención en mí y no de una buena manera; quería hacerme partícipe de su empresa.

Digo yo, que si quieres retomar una relación que nunca tuviste con tu hija, primero deberías pedirle perdón por todas las cosas que le hiciste, querer tomar un café, conocerla, pero no. Él me dijo que quería que fuese parte de la cadena de hoteles, así, sin más, sabiendo que yo odiaba aquello.

Le dije a Carla que hablaríamos luego, pero no fue así. Cuando salí del trabajo tenía un mensaje de voz de Carla en el móvil.

"Noah, lo siento mucho, pero ha habido un accidente de tráfico enorme en la séptima y necesitan enfermeras rápido. Volveré por la noche, un beso y lo siento." Se la notaba agitada al hablar, y aunque me moría de ganas por hablar con ella, no me enfadé, pero sí estaba triste.

Hablábamos cada dos días unos diez minutos, y no teníamos una conversación normal por WhatsApp porque la respondíamos a las ocho horas. Me senté en el coche y no hice nada, simplemente me dejé caer en el asiento y cerré los ojos.

La necesitaba, la echaba de menos. Su tacto, su olor, su risa, la forma que tenía de contarme cosas y yo la escuchaba sin rechistar porque me encantaba escucharla hablar. Me sentía sola, ahora más que nunca. Mis amigos de toda la vida no se preocupaban por mi felicidad, sólo María, mi padre era un hombre sin escrúpulos al que le sobraba el dinero, y la chica de la que estaba enamorada se había ido a la otra punta del mundo.

Entonces, en el asiento de mi coche, mi cabeza hizo "click". ¿Mi padre quería que me metiese en el mundo de los negocios? Eso iba a tener.

Ese sábado me vestí y fui a cerrar una negociación que mi padre tenía con un inversor de Tailandia para sus hoteles allí. Me llevaba 20.000 euros sólo por asistir, pero además quería sacarle unos 20.000 más a aquél tailandés.

Serví dos copas de whisky, el inversor se reía subestimándome. Lo engatusé, usando palabras lo atraje, lo engañé, le dejé beber de aquél champán tan caro, le gustó, y aceptó la propuesta dejándome a mí aquellos 20.000 euros extra.

una postal desde barcelonaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt