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Estábamos los cuatro dentro de un taxi dirigiéndonos hacia Roca Plateada. Me habían insistido tanto que al final terminé cediendo sin muchas ganas. La semana de exámenes había acabado y esa era la excusa perfecta para que El Lojano realizara su dichosa fiesta. El tan ansiado día llegó y la noche se mostraba espectacular, junto con su majestuosa luna llena acompañada de sus danzantes estrellas. Aún faltaba unos cinco minutos para llegar. El lugar se encuentra muy cerca de Kiami, pero ambos alejados de la ciudad donde la mayoría de los estudiantes alquilamos nuestras residencias. El motor rugía con ferocidad y el camino se acortaba de a poco. Conozco el trayecto a la perfección, tengo que recorrerlo todos los días en autobús para llegar a la universidad. Estábamos muy cerca pero se me hizo raro no escuchar el sonido de la música, creía que iba a ser una locura, como la fiesta anterior.

–Hemos llegado –informó el taxista, deteniéndose en seco. Dividimos la cuenta y nos bajamos del auto, encaminándonos al interior del lugar.

Roca Plateada es una hostería ubicada en el centro de un amplio territorio abierto, que al igual que Kiami, se encuentra rodeada por la solemne naturaleza. Algunos de los estudiantes optaron por vivir allí, alejados del pueblo y de cualquier ruido que no sea el de la música a todo volumen que suelen poner. Varios metros más al fondo, siguiendo un camino serpenteante que cruza un río voraz, se encuentra la cabaña donde se había hecho la fiesta anterior.

–¿Y la fiesta? –pregunté con inquietud.

–Pues, verás... –intervino El Duque, rascándose la barbilla–. No es una fiesta fiesta...

–¡Exacto! –Lo ayudó Sr. Liar–. Es más bien como una reunión festiva entre amigos.

–¿Amigos? ¿Entonces qué hago aquí? –interrogué incómodo.

–Relájate... –ayudó Fiorelha.

–Le pregunté si podía llevar a alguien conmigo y no tuvo problema –contó El Duque.

–Ya no te preocupes y sigue caminando –intervino mi amigo.

Continuamos nuestro rumbo hasta estar justo frente a la hostería, una construcción enorme hecha a base de madera resistente y elegante. Se parece mucho a la cabaña fiestera, solo que esta consta de varias habitaciones y escaleras por doquier que las conecta.

–Por aquí –informó El Duque. Nosotros lo seguimos, rodeando una de las habitaciones hasta llegar a una escalera que nos llevó al segundo piso. Mientras subía los escalones pude notar el sonido de la música que provenía de unos de los cuartos–. Hemos llegado –añadió con alegría, dando varios golpecitos a la puerta.

–¿Quién...? –Se escuchó una voz ronca desde el interior que alargaba la pregunta más de lo debido, como si hubiera hecho un enorme esfuerzo por hablar. Pude identificarlo de inmediato, era El Lojano.

–Soy yo, El Duque –dijo airoso. No hubo respuesta. Pudimos escuchar que alguien se acercaba debido al crujido que hacía la madera por cada paso que daba. La persona que estaba detrás llegó hasta la puerta e hizo girar la manija, abriéndola por fin

–¡Hey! ¿Qué tal? –Nos saludó con una alegre y torcida sonrisa.

–¡Bien, brou! –arrebató Sr. Liar, chocando los puños con el lojano. Se saludaron e ingresó a la habitación, caminando con ánimo y euforia. Estiré mi cuello disimuladamente y pude echar un vistazo rápido hacia el interior. La habitación era preciosa, hecha de madera en su totalidad. Había varios posters en las paredes que combinaban a la perfección con algunos grafitis pintados a los lados. Sin duda, la recámara era como una pequeña guarida para los estudiantes. Aunque estuviera a oscuras, se podía ver sin ningún problema gracia a las luces fluorescentes esparcidas por todo el lugar, que iluminaban con sus colores turquesa y verde limón. Pude saber esto gracias a un comentario de Sr. Liar que las miraba con fascinación. Para mí solo eran simple luces blancas...

Without ColorsWhere stories live. Discover now