49

23 3 0
                                    

El poderoso rugido que tanto habíamos esperados retumbó en oídos de todos.

–Llegó la hora –anunció Kikis.

–¡Bien! –respondieron los más cercanos a él.

Sobre la carretera principal, comenzaban a ser visibles las numerosas monstruosidades metálicas que se abrían paso con autoridad. Liderando todo el desfile, se encontraban dos autos lujosos y negros, al igual que todo en la propiedad de Claus. Se deslizaban con una velocidad alucinante y se detuvieron a pocos metros de distancia de nosotros. Detrás de ellos lo seguían todos los aparatos necesario para construir su imponente imperio de riquezas y lujos. Aun si eso representaba destruir el sueño de muchos, de arruinar la naturaleza, de pisotear a todos los demás, como dije, lo único que le importa a algunos es el cochino dinero...

Gigantescas grúas de demolición seguían los pasos de los lujosos autos, acompañados también por numerosos tractores y excavadoras.

Los deslumbrantes coches abrieron sus puertas y de ellas salieron algunos empresarios vestidos con sus característicos trajes. Al final de todos ellos, de manera perezosa y prepotente, pude identificar al malvado de Claus que nos miraba con su rostro atónito.

–¿Pero qué diablos está ocurriendo aquí...? –reclamó sorprendido, con sus ojos bien abiertos y los labios separados.

–¡Ahora! –ordenó Kikis y el show empezó.

–¡Salven a Kiami! –coreamos juntos–. ¡Salven a Kiami! –Una y mil veces más, haciendo uso de algunos altavoces y de nuestras propias gargantas.

Justo frente de ellos, los cientos de estudiantes se había aglomerado con decenas de pancartas en donde expresaban todos sus reclamos. La entrada principal estaba obstaculizada por nosotros y no había manera de que pudieran pasar. Y lo mejor de todo, nos encontrábamos encadenados unos con otros, formando una gigantesca e irrompible muralla humana.

"¡A ver como traspasas esto, Claus...!" Lo desafié en mi mente.

–¡Hagan su trabajo! –ordenó el malvado personaje navideño.

–No podemos, señor –informó uno de los obreros–. Podría salir alguien herido si hacemos que las maquinas trabajen.

–¡Maldita sea! –reclamó con el rostro enfurecido, dirigiéndose hacia nosotros con pasos bruscos–. ¿¡Qué creen que hacen!? –amenazó, mientras el coro cantaba sin cesar.

Salven a Kiami

Salven a Kiami

Salven a Kiami

Su furiosa mirada buscaba respuestas y quiso obtenerla de cualquiera, encarando al muchacho más cercano.

–¿¡Qué es todo esto!? –enfrentó a Kikis, clavándole su ojos llenos de rabia. Su voz me había hecho estremecer, sonaba tan áspera y profunda, pero mi fantasmal amigo no se inmutó ni un poco, quien se encontraba a mi lado.

–Hola, me llamo Kikis –bromeó él, con el rostro completamente serio mientras le estiraba la mano.

–¡Maldito insolente...! –bufó Claus, azotándole la palma de mi amigo con la suya.

Se arregló el uniforme antes de dar media vuelta y regresar hacia sus títeres, echando chispas a montones.

–¡Llamen a la policía! –ordenó con autoridad.

*********

Transcurrieron aproximadamente dos horas y nosotros nos preparábamos para el mayor obstáculo de todos. El plan del Lojano sin duda había considerado muchos detalles. Habíamos formado una inquebrantable muralla en la carretera, evitando que las maquinarias hicieran su trabajo. Por su parte, alrededor del instituto se encontraban varios grupos haciendo guardias para que no intentaran ingresar por otros tramos tal como lo hicimos nosotros. Debíamos aguantar lo más que pudiéramos, hasta que nuestros reclamos fueran escuchados y que Kiami fuera salvada. No sabíamos cuánto tiempo dudaría, pero teníamos la cantidad de personas y recursos suficientes para aguantar varios días. Haríamos relevos para mantener en pie la muralla humana las 24 horas del día, sin descuidarnos por un solo momento.

Without ColorsWhere stories live. Discover now