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–¡Kikis! –insistió una vez más, haciéndome estremecer. Su voz sonó como un fuerte estallido, provocando que mi corazón latiera con desesperación y que la piel se me erizara. Su mandato había sonado con autoridad, como si fuera un furioso dictador. Su voz tan profunda y ronca hizo que mi cerebro se desenchufara, y el resto fue tan patético de mi parte. No sabía qué hacer, me encontraba demasiado nervioso y sentía un miedo horripilante. Me aterraba la idea de que descubrieran mi defecto, y con ello, conocerían que me queda escasas semanas de vida. ¡No! No quería, pero no pude hacer nada para evitarlo...

Mi mano temblaba ligeramente, sin poder elegir una respuesta. Cerré mis parpados con fuerza y tomé cualquier marcador, dejando todo al azar.

–¡Toma! –dije con la voz rota.

–¿Verde? –Se quejó–. ¿A qué juegas? –dijo con los ojos entrecerrados.

–¡Lo siento! –solté con desesperación, y nuevamente traté de elegir el correcto–. Rojo... Rojo... Rojo... –empecé a susurrar sin darme cuenta, mientras movía mi mano por encima de los marcadores.

–Kikis... –masculló Sr. Liar, mirándome atónito. Oz parecía estar dentro de una burbuja capaz de aislar todo ruido por más fuerte que fuera. Estaba tan concentrado en terminar el poster que ni siquiera nos prestaba atención. Al menos era un alivio que la situación no empeorara más de lo que estaba...

–Rojo... –seguía, mordiéndome los labios con rabia e impotencia.

–Tú... –susurró Sr. Liar, con los ojos abiertos como platos. Mi mirada se chocó con la suya y mis lágrimas estaban a punto de salir. Tomé todos los marcadores con ambas manos y los presioné con rabia. Mis puños temblaban y ya no podía aguantar. Un solo segundo más que esos ojos acusadores me siguieran viendo y estallaría en llanto como un pequeño niño.

–Lo siento –Solté un susurro apagado–. No me encuentro bien... –mentí y me dispuse a salir de la habitación lo más rápido que podía, dispersando los marcadores sobre la mesa.

–¡Kikis! –Escuché la voz de Sr. Liar, pero no me iba a detener–. ¡Kikis! –dijo con el tono más fuerte, mientras mi mano giraba la perilla. No le di oportunidad a que siguiera insistiendo y lancé un fuerte portazo cuando ya me encontraba fuera del salón. El grave sonido retumbó en mis oídos como un poderoso tambor y mis piernas se movieron solas con dirección al baño más cercano. Mi cuerpo se sentía muy débil y mi cerebro daba miles de vueltas. Todo a mi alrededor se veía tan borroso y opaco, sin mencionar la infaltable característica de mostrarse siempre a escala de grises. Un fuerte dolor en mi cabeza hizo que soltara un gemido apagado, seguido de un movimiento rápido de mis manos hacia la fuente de la tortura. Mis dientes rechinaban y apretaba los ojos con desesperación para aliviar ese terrible dolor. Aun así, no detuve mi caminar, incluso aceleré el paso cuando escuché la puerta del salón abrirse. Lo más seguro es que se tratara de Sr. Liar, intentando sacarme la verdad. Mi angustiante sospecha se volvió realidad cuando escuché su irritada voz mencionar una vez más mi nombre.

–¡Kikis, espera! –Me ordenó, sin ser obedecida por mi parte.

Yo seguía mi camino a pasos torpes, con ambas manos apretándome la cabeza. Solo faltaba recorrer dos pasillos más y me encerraría en el baño para siempre de ser necesario. No permitiría que nadie se enterara de lo que estoy padeciendo, así que necesitaba tiempo para buscar una buena excusa, o al menos, una manera de librarme del inoportuno de Liar.

–¡Kikis! –insistió. El crujir de sus zapatos se escuchaba cercano, y parecía estar moviéndose a una velocidad sobrehumana. Por más que yo intentaba acelerar mi paso, el torturante dolor me impedía hacerlo. Quedaba únicamente un pasillo, al final de éste se encontraba la puerta hacia la salvación. Tan cerca y tan lejana al mismo tiempo...

Without ColorsWhere stories live. Discover now