47

27 3 0
                                    

–No podemos engañarnos –intervino Damisela, sin apartar la mirada de las chispas que generaba la fogata–. Hay muchas cosas que pueden hacer que nuestro plan fracase... Un error en el cambio de turnos, algún pleito interno, sobornos, incluso la intervención policial, ¿han pensado en eso? –dijo de manera meticulosa, con sus dedos entrelazados–. Pero bueno, no me hagan mucho caso, creo que estoy borracha –añadió, soltando una fuerte risotada para después darle un nuevo sorbo a su botella de cerveza.

En serio, Damisela era un caso perdido...

–¿La policía? –repetí con espanto–. ¿Enserio la ley puede intervenir...? –mascullé, dirigiéndome al Lojano. El chasqueó sus dientes, apartando su mirada mientras apretaba sus puños con impotencia.

–Claro que podrán –respondió Nieve con serenidad. Mis ojos se desviaron rápidamente en Kikis, quien la miraba con cierta tristeza. Pero, ¿por qué? En ese momento no sabía absolutamente nada sobre él, si tan solo me hubiera contado toda su tragedia, sin tan solo hubiera compartido todo su sufrimiento conmigo, al menos tan solo una pequeña parte...–. Lo que haremos es ilegal al menos en 50 países, por lo que sería lo más normal que la policía apareciera –finalizó, revolviendo todo mi ser.

Ahora el plan no sonaba tan fácil como antes. Había entendido que omitieron la peor parte cuando estaban todos, si hubieran conocido lo peligroso que podría llegar a ser, quizá el miedo los hubiera hecho abandonar.

–Aun así saldrá a la perfección –Traté de animar–, ¿verdad, Kikis? –dije, mirándolo en busca de ayuda.

–No lo sé... –murmuró, clavando sus luminosos ojos en Nieve, no los apartaba por un solo segundo. Ella hacía lo mismo, sus miradas eran capaz de atravesar las intensas llamas de la fogata, uniéndose para fundirse en algo más poderoso que el mismo fuego. Todos podíamos sentirlo, pero menos ellos al parecer...

–Cambiando de tema, ¿ustedes están saliendo? –arrebató Damisela de la manera más inoportuna posible, quien estaba sentada al lado de Kikis. Su redondo rostro de movía de lado a lado, tratando de analizar a ambos como si estuvieran guardando un profundo secreto.

–¡No! No... ¡No! –dijo Kikis con nerviosismo, gesticulando con las manos mientras su rostro se ponía rojo como un tomate. Solté una potente carcajada siendo acompañado por El Lojano, riéndonos ambos sin parar. Pandora luchaba contra las ganas de no burlarse de su mejor amiga pero era casi imposible. Al igual que Kikis, Nieve mostraba sus mejillas sonrojadas y trataba de ocultarse entre su larga cabellera mientras mantenía su mirada en el suelo.

–Así que tengo razón –insinuó Damisela, completamente ebria–. ¡Venga aquí! –dijo, levantándose de un solo salto. Se acercó a Nieve y la tomó de la mano, tirando todo su cuerpo hacia ella–. Tú eres la que debería estar sentada junto a Kikis... –dijo y la colocó tal como ella dijo, sin que pudiera reaccionar. Ambos se encontraban en el robusto tronco en el que apenas cabían, mirándose fijamente con sus rostros perplejos.

–H-hola... –masculló Nieve, mientras sus pupilas lo observaban con nerviosismo, a escasos centímetros de ella. Sus narices por poco rozaban y prácticamente podían sentir el aliento del otro, haciendo que su nerviosismo sea aún mayor.

–H-hola... –respondió Kikis con torpeza y no pudimos aguantar un solo segundo más. Nuevamente soltamos una carcajada grupal que retumbó a través de la amplia selva que nos rodeaba, incluso Pandora reía sin parar–. Idiotas –reclamó él, fulminándonos con la mirada. Ambos trataban de recuperar la postura después de estar a pocos centímetros de besarse. Sus rostros seguían como dos gigantesco tomates y sus lenguas parecían haber sidas carcomidas por ratones.

Without ColorsWhere stories live. Discover now