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Me encontraba recostado sobre mi cama, con la mirada perdida hacia el techo. No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado, pero sin duda llevaba varias horas de esa manera. Mi cabeza estallaba de dolor y mi mente solo era capaz de repetir lo que había sucedido ese día. Repitiéndose una y otra vez...

Mi vida se estaba convirtiendo en un caos, en un completo infierno, y mi tiempo se acortaba sin tregua. Solo quedaba un mes desde aquella ocasión, y en vez de aclarar los asuntos que tenía pendiente, los problemas se acumulaban cada vez más.

En aquella tarde, solo fui capaz de llevar a Sr. Liar a la enfermería de la universidad. El golpe le había generado una gigantesca marca, de tan solo verla me dolía el rostro. Pero se podía notar en su mirada que a él no le importaba en lo absoluto... Él no sufría por un simple puñetazo... La fuente del verdadero dolor se encontraba en otro lugar, muy adentro de su cuerpo, y como lo había dicho, esa medicina aún no ha sido descubierta.

No sabía cómo ayudar a Liar, tal vez fue apropiado dejarlo solo. Era lo que quería. Insistí tanto en acompañarlo a casa, incluso en quedarme con él esa noche, pero él me rechazó con una falsa sonrisa.

–No te preocupes, estaré bien –Me mostró sus dientes, ocultando el sufrimiento de su alma.

Sr. Liar... Un experto en mentiras...

No tuve otra opción que marcharme a mi casa, no sin antes hacerme jurar que no le diría a nadie sobre lo que había ocurrido. Era algo que no hacía falta..., nunca ha sido mi estilo andar de chismoso. Por su parte, aunque no lo quería admitir, me sentía un poco aliviado de no haberlo acompañado porque no tenía ni la mínima idea de cómo ayudarlo. No podía tomarme las cosas a la ligera, y menos con un problema así. Ya había aprendido lo suficiente con toda la situación de Fiorelha.

Un familiar sonido hizo eco dentro de mi departamento, desconcentrándome de la meditación en la que me encontraba. Era mi celular, sonando por enésima ocasión. Durante las últimas dos semanas había perdido la rutina de hablar con mis padres todos los días. El asunto de Fiorelha, el problema con Sonrisas, la crisis que había atravesado, Claus y sus hombres... Tenía tantas cosas en la cabeza que había descuidado a mis padres. No quería excusarme, pero creo que mi situación era entendible...

Durante ese tiempo, tan solo había conversado con ellos en unas dos o tres ocasiones. Les había mentido diciéndoles que tenía muchos deberes y proyectos importantes. Era una pésima excusa pero desde que la tragedia comenzó, mis padres me habían consentido en todo. Llamaban a diario, y aunque en la mayoría de ocasiones podía contestarle, me sentía demasiado agobiado como para conversar con ellos. Intentaban unas dos o tres veces, y si no obtenían respuesta, simplemente me mandaban un mensaje y volvían a repetir la tradición al día siguiente. Pero aquella ocasión era distinta. Mi celular había vibrado tantas veces que ya había perdido la cuenta. Nunca habían insistido tanto antes, lo que me ocasionó un miedo terrible. Tomé el fastidioso artefacto con pereza, aún pensando en todos los problemas que me carcomían por dentro.

–¡Kikis! –Se escuchó una energética voz desde el otro lado. Era mi madre. Solo era una llamada normal, no había activado la cámara porque me sentía tan a gusto en la oscuridad. Sin mencionar que no deseaba que vieran mi terrible aspecto después de haber llorado tanto–. ¿¡Por qué no contestabas!? –Me regañó con el mismo entusiasmo.

–Lo siento... Estaba ocupado –mentí–. ¿Qué ocurre? –pregunté sin ánimo.

–Es una gran noticia –intervino mi padre, con la voz cantarina. Eran escasas las ocasiones que podía escucharlo contento, y ese día ese hombre estaba irradiando felicidad. Mi curiosidad se disparó por los cielos y no podía aguantar un solo segundo más sin saber lo que tenían que decirme–. ¿Qué está ocurriendo? –insistí sin ocultar mi curiosidad.

Without ColorsWhere stories live. Discover now