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Los días en la universidad se volvieron sombríos y caóticos. A pocas semanas de que el semestre acabara, todos se encontraban sin la disposición adecuada para seguir. Las clases eran aburridas y monótonas. Los alumnos deambulaban por los pasillos como zombis, sin emociones ni sentimientos. El miedo se había apoderado de todo el mundo y el único tema que estaba en la boca de todos era el de Claus y sus hombres. Eso, sin mencionar el estruendoso espectáculo que dimos en el coliseo deportivo.

No podía dirigirme a ningún lugar sin que todos voltearan a verme y cuchichearan entre ellos, como si fuera un bicho raro. Sus miradas acusantes era lo que menos me importaba, con tan solo cuatro semanas de que mi vida se me esfumara de mis manos, mis prioridades eran otras muy distintas...

El frío de Oz no apareció durante todo el tiempo que estuvimos en la sala de emergencias. El Duque, tan inoportuno como siempre, fue el primero quien se preguntó por él, haciendo que Liar se lamentara con disimulo. El afligido rostro de mi gemelo me torturaba. Su delicado rostro luchaba por contener las lágrimas, apretando sus labios con desesperación.

Tuve que inventar una buena excusa para desviar la atención, diciendo que posiblemente tenía un asunto más importante, o que quizá no sabía que había salido lastimado. En fin, en tan solo unos minutos, El Lojano mencionó a Sonrisas con desprecio, cambiando el tema de conversación. Pude notar que Liar respiraba con alivio, tranquilizando su preocupado semblante.

Apreté mis puños con fervor, asegurándome que nadie se diera cuenta. Mis manos temblaban sin cesar, tratando de contener la ira que hervía mi sangre.

"¡Maldición...!", reclamé.

Había tanta maldad a mi alrededor... Y solo me quedaban 4 semanas...

Esa noche volví a escribir sin parar. Por horas y horas. Después de despedirme de mis amigos y asegurarnos de que todos estábamos bien, me encerré en mi habitación con el mismo ritual anterior. Las luces se mantenían apagadas y solo alumbraba las hojas en blanco con la diminuta lámpara de mesa. Mi mano volvió a entumecerse por el enorme esfuerzo que aplicaba, pero no le di importancia y seguí.

Escribía y escribía, porque en medio de todo el caos en el que me encontraba, solo tenía la certeza de que quería plasmar mi historia.

Quería que todo el mundo la llegara a conocer, incluso yo mismo, porque aunque era mi cuento, ni siquiera sabía cómo iba a ser el final...

Faltaba tan poco para estar al corriente. Después de que los finos rayos del sol alumbraran mi habitación, toda mi travesía en la capital había sido plasmada en tinta sobre el delgado papel.

Me recosté en el suave acolchonado, y sin darme cuenta, me dormí por varias horas antes de dirigirme a la universidad con la mayor pereza del mundo. Ese día iba a ser el más oscuro de todos. El día en que la maldad se expresaría con su mayor intensidad, envolviéndome en un denso hoyo sin salida.

Había alcanzado a recibir la última hora de clases de la mañana. Rafa me permitió ingresar al salón sin castigarme por los varios minutos de atraso que llegué. Al final de la cátedra, me dirigía junto al Duque hacia el comedor, llamando la atención de algunos estudiantes. Aún se seguía murmurando sobre el conflicto en la final de futbol, pero a nosotros no nos afectaba en lo absoluto, solo nos reíamos por dentro.

–Guárdame un puesto, por favor –pedí con amabilidad–. Tengo que ir al baño –Le avisé, llevando las manos encima de mi entrepierna.

–Seguro –afirmó–. No olvides sentarte –bromeó con una enorme sonrisa, mientras yo ya me encontraba en camino.

–Muérete –maldije sin verlo, mostrándole el dedo corazón. Seguí mi camino con una boba sonrisa en mi rostro, atravesando el gran portón del comedor y dirigiéndome por un largo pasillo, donde se encontraban los baños mixtos. Mis músculos se entumecieron y mi corazón latió con mayor velocidad cuando vi a Pandora y Nieve al final del corredor. Salían de una de las puertas metálicas y pude notar que mi amor platónico iba cabizbaja, con el rostro cubierto por sus delicadas manos. Ambas caminaban a pasos de tortuga, mientras Pandora trataba de consolarla. No podía ver el angelical rostro de Nieve pero supuse que debía estar rojizo e hinchado, como aquel día en el coliseo. Nuestros cuerpos se acercaban con cada paso que dábamos, y pronto nuestros caminos se cruzarían.

–Hola... –Saludé con el rostro preocupado, mirándola a Pandora con delicadeza. Sus destellantes ojos se clavaron en los míos, analizándome como si no me conociera. Deslizó su mirada de arriba abajo por unos pocos segundos y yo continué con gentileza–. ¿Cómo está...? –Su rostro no mostró ninguna expresión y se limitó a continuar su camino junto a Nieve entre sus brazos–. ¿...Nieve? –terminé con un balbuceo, mientras mis desconcertados ojos miraban el suelo con perplejidad. ¡Allí estaba de nuevo! Pandora usando una de sus miles de personalidades. Creo que ese día era el turno de la chica fría y callada que siempre me ignoraba por completo.

"¡Maldita sea!"

Volteé mi cuello hacia ellas, viendo con impotencia como se alejaban. Nieve nunca descubrió sus ojos, al parecer ni siquiera notó mi presencia. Puede que haya escuchado mi voz, pero debió estar tan sumergida dentro de sus oscuros pensamientos que lo demás era de menos importancia para ella.

Pandora deslizaba la mano sobre su espalda, tratando de reconfortarla mientras que con la otra acariciaba su rostro. Pude notar que le susurraba algo en el oído, pero a la distancia en que nos encontrábamos era imposible descifrarlo. Solo tenía la seguridad de que me dolía verla en ese estado. Lo más seguro es que las lágrimas que había derramado era por el idiota de Sonrisas y eso me llenaba de una cólera irracional.

Di un potente puñetazo en la puerta, generando un sonido metálico que rechinó en mis oídos. Mis dientes se apretaban con frustración y simplemente solté el aire de mis pulmones, con la cabeza agachada y los parpados cerrados. Quería ayudarla, pero no sabía la manera correcta de hacerlo... y eso me lastimaba.

Lavé mi cara varias veces, tratando de borrar las ojeras y arreglar mi demacrado rostro al menos un poco. Llevaba una pinta fatal, como si no hubiera dormido en años. Los problemas que se acumulaban en mi vida comenzaban a producir sus efectos, y yo lucía como un completo zombi. Cerré el grifo con delicadeza y me arreglé la vestimenta, intentando lucir un poco mejor. Estaba a punto de marcharme, cuando unos leves sollozos me causaron una gran impresión hasta el punto de detener mi paso. Mi rostro se llenó de confusión y traté de agudizar el oído para identificar su proveniencia. Se escuchaba tan cercano, como pequeños susurros detrás de mí. Me moví lentamente para localizar ese doloroso llanto hasta llegar a una de las puertas de los retretes.

–¿Estás bien? –pregunté con preocupación, posando mi oído sobre la puerta. Los gemidos eran casi inaudible, pero en el silencio de la pequeña habitación se podía escuchar con claridad.

No obtuve respuesta alguna...

–¡Hey! ¿Te encuentras bien? –insistí.

–Lárguese –Escuché en un débil jadeo.

"Esa voz..." ¡La reconocería incluso con los ojos vendados!

–¿Liar? –balbuceé con asombro.

–¿Kikis? –dijo del otro lado.

–¿¡Liar!? –exclamé sorprendido–. ¿¡Eres tú!? –Y en ese momento, se vino a mi mente como un intenso flash, el desplomado cuerpo de Fiorelha cubierto de sangre. ¿Por qué había sucedido eso? Quizá por la razón de que toda esa tragedia comenzó con un pequeño e inofensivo llanto... Con la diferencia de que mi amiga lo había mantenido todo en secreto, sufriendo ella sola. ¡No permitiré que ocurra lo mismo con Liar! ¡No permitiré que caiga en el infinito abismo!–. ¡Abre la maldita puerta! –ordené con autoridad, sin ser obedecido–. ¡Liar! ¡Abre la maldita puerta! –insistí, dando salvajes golpes sobre el metal.

Después de tanto insistir y haciéndole entender que no me iría de allí hasta que no la abriera, el seguro de la puerta se liberó, haciéndola deslizar lentamente. Liar se encontraba sobre el retrete, con ambas manos cubriéndole el rostro. No dudé ni un segundo para dirigirme a su lado, colocándome de cuclillas.

–Liar... –susurré, posando mi mano sobre su hombro. Mi gemelo levantó levemente la cabeza, descubriendo su mirada para clavarse en mis tristes ojos. Su aspecto perforó un gigantesco hueco en mi corazón, haciendo que mi pecho doliera.

–¿Por qué...? –sollozó como si yo tuviera las respuestas de todo–. ¿Por qué tiene que ser así...? –Se lamentó con lágrimas en los ojos.

–N-no... no te entiendo –dije con sinceridad.

–No quería que Oz se enterara –respondió con la voz jadeante–. No de esta manera... –Negó con la cabeza–. Lo he perdido, Kikis... ¡Lo he perdido! –sollozó, lanzándose en mis brazos con el alma destrozada.

Without ColorsWhere stories live. Discover now