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Mis ojos analizaban con inquietud el pequeño objeto que yacía en la palma del Lojano. Era realmente diminuto, si no fuera porque se encontraba justo en el centro de su mano, ni me hubiera percatado de esa insignificancia. Eché un vistazo fugaz a mis amigos, y a juzgar por como miraban el extraño objeto, supe que al igual que yo, desconocían de qué se trataba el premio que me estaba ofreciendo. Al parecer, éramos los únicos que no sabíamos que era, ya que los demás chicos se acercaron con asombro y sorpresa.

–¡Wao! ¿Acaso eso es...? –balbuceó uno de los presentes.

–¡Santísima mierda! ¡Yo también quiero! –dijo con emoción otro chico, tratando de agarrar el objeto. El Lojano cerró su puño de inmediato y lo amenazó con la mirada, con una cara de pocos amigos. –Bien, bien... Lo siento –sonrió con nerviosismo, protegiéndose detrás de sus levantadas manos.

–Solo tengo uno y es para este cabrón –dijo, apuntándome–. ¿Kikis, verdad? –Asentí con la cabeza–. ¿Y bien, lo tomarás? –Volvió a preguntar, ofreciéndome lo que para mí era un pequeño pedazo de papel.

–S-sí... Gracias –sonreí forzadamente. Tomé el pequeño papelito y lo guardé en mi bolsillo.

Al hacerlo, todos clavaron sus miradas en mí, como si fuera un bicho raro. Miré al Lojano que mostraba una cara de no entender lo que yo hacía. "¿Acaso había hecho algo malo?" Me restregué la nariz disimuladamente casi por instinto. Lo primero que pensé fue que tenía algo en el rostro y por eso todos me miraban. Pero nada había cambiado.

El Lojano no aguantó más y comenzó a reír como un lunático, siendo acompañado por los demás. "¿¡Que mierda ocurre!?", me regañé en la mente sin entender. Sr. Liar y El Duque tampoco comprendían qué pasaba. Miraban alrededor, viendo como todos reían, y sin saber la razón, ellos hicieron lo mismo.

"Malditos estúpidos..."

Volteé hacia Fiorelha quien solamente se encogió de hombros y negó con la cabeza. Por su parte, Damisela, sentada al lado de ella, luchaba por no reír con su mano en la boca.

–¿Por qué lo guardas? –soltó finalmente El Lojano, limpiándose las lágrimas que se le escurrían por sus mejillas–. ¿Acaso no piensas probarlo? –preguntó con extrañeza.

"¿Probarlo?"

Apreté mis labios con nerviosismo y agaché la mirada. Todos me seguían observando, aún con unas leves sonrisas en sus rostros.

–¿No sabes lo que es? –insinuó uno de los chicos desde el fondo. Ni siquiera miré quien era. Sentía como mis mejillas comenzaban a arder de la vergüenza. Deseaba tanto que Nieve no me estuviera viendo pero me daba demasiado terror confirmarlo. Así que solo me mantuve cabizbajo.

–¿Era eso? –dijo El Lojano con asombro. Apreté mis labios con más fuerzas y me quedé unos cuantos segundos sin decir nada. Respiré con resignación y me aclaré la garganta antes de contestarles.

–Sí... –dije casi en un susurro.

El Lojano volvió a carcajear, pero solo por un efímero momento.

–¡Qué imbécil! –reclamó–. Lo hubieras dicho antes, no pasa nada... –Me alentó, llevando su mano en mi hombro–. Siempre existe una primera vez... –dijo con una sonrisa pícara. ¡Qué tanta razón tenían sus palabras! Me había asombrado su comportamiento. Creí que se reirían de mí hasta el amanecer, pero todos me sonreían con empatía y amabilidad.

–Lo siento... –Me disculpé con sinceridad.

–No hay problema. Bueno, empecemos... Dame el cartón –pidió.

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