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Había transcurrido un mes completo desde que recibí la trágica noticia en el hospital. Mi vida seguía con total normalidad y estaba realmente agradecido por ello. Lo único que había cambiado es, que desde ese momento, todas las noches converso con mis padres a través de videollamadas. No hay un solo día que ellos no estén disponibles para mí. Aún me sigo preguntando como lo hacen. Deben estar esforzándose mucho y sacrificando varios asuntos de negocios para lograr tener ese pequeño tiempo. Mis padres aún no pierden las esperanzas. Todas las noches han tratado de alentarme cuando en realidad ni siquiera lo necesito. Aún no entienden que si esta desgracia nos ha unido, lo único que quiero es que hablemos sobre mis días en la universidad y las cosas que hago, no sobre operaciones, tratamientos y donantes como lo hacemos todos los días. Siempre trato de cambiarles el tema pero ellos tienen un gran don para imponerse ante mí, y a la final, terminamos hablando por más de una hora sobre "la fe nos hará salir adelante". Aun así, no puedo evitar estar feliz por tener a mis padres más cerca que nunca. Aunque realmente el "cerca" sea kilómetros de distancia, y lo único que nos une sean dos pantallas, puedo vivir con eso.

–Sí, mamá... Estoy alimentándome de buena manera –dije cansado.

–Sé que te repito esto todos los días pero es necesario –La escuché a través de la pantalla de mi celular–. El doctor indicó que esto potenciará tu salud hasta que encontremos un donante.

–Otra vez con eso... –Puse los ojos en blanco.

–¿Qué es esa manera de contestarle a tu madre? –intervino mi padre con el ceño fruncido.

–Lo siento... –Soné sincero–, pero ya les dije que no quiero hablar de eso.

–¡Es por tu vida! –gritó grotesco.

–Pero ustedes mismos escucharon al doctor –dije por enésima vez–. Hay decenas de pacientes antes que yo y no es como si las personas se levantaran de su cama y dijeran "hoy iré a donar mi corazón" –Actué sobre fingido. Mis padres quedaron en silencio por unos segundos.

–Pero no hay que perder las esperanzas –dijo mi madre con voz risueña. "¡Genial! Otra vez esa frase..." –Estamos haciendo todo lo posible para que te puedan operar –Me alentó.

–Pero ya no quiero que hablemos de eso –reclamé dolido–. Estoy bien, se los juro... Me siento de maravilla –dije con sinceridad–. Que el doctor haya dicho eso no quiere decir que en realidad se vaya a cumplir... He investigado sobre casos en que le dan semanas de vida a los enfermos y hasta la vez se mueren. ¡Todo está aquí! –sonreí con energía, tocando mi cabeza con la punta de mi dedo. Mis padres sonrieron conmigo, calmando un poco la tensión que sentían.

–Qué bueno verte de esa manera, hijo... –Se enorgulleció mi padre con los ojos cristalizados.

–¡Créanme! ¡Viviré por muchos años más...! –soné seguro y energético.

–Aun así, nosotros seguiremos con lo nuestro, Kikis –intervino mi madre.

–Lo sé, y no me molesta para nada. Solamente no quiero que gastemos nuestro poco tiempo en ese asunto... –insistí. Mis padres comprendieron al fin, afirmando con la cabeza sin dejar de sonreír.

–Entonces, ¿de qué quieres que hablemos? –preguntó ella. Mis ojos se iluminaron y les mostré una enorme sonrisa que no se iba a desaparecer tan fácilmente.

Por fin podía hablar con ellos como quería por primera vez desde que comenzó todo, o mejor dicho, desde que tengo memoria, porque no logro recordar alguna ocasión en el que hayamos tenido una conversación común y corriente, como si fuéramos una familia normal. Mi corazón palpitaba con furor, pero se sentía tan bien. Durante los veinte minutos restantes que duró la conversación, hablamos sobre miles de temas acerca de mi vida en la universidad. Les conté sobre mis amigos, las fiestas, los profesores, incluso les llegué a contar sobre Nieve...

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