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El Lojano mostraba una gigantesca sonrisa que llegué a creer le paralizaría el rostro. Sus pupilas estaban iluminadas y su rostro reflejaba felicidad y orgullo.

–Has venido con la persona correcta –dijo con soberbia–. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Se trata solo de los cartones o tienes alguna duda también sobre la marihuana, el éxtasis, la queta, el popper o alguna otra? –preguntó con seriedad, como si se tratase de una enciclopedia de drogas.

–No, no... –"Espera, ¿qué...?"–. ¡No! –Negué con la cabeza mientras sonreía del asombro–. Es solo del cartón... pero, creo que es algo complicado...

–¿Complicado? ¡Já! –refunfuñó ofendido–. Solo dime que quieres saber y te lo diré...

–Está bien –afirmé con inseguridad–. Primero tienes que jurarme que lo que te voy a decir no lo puede saber nadie más –pedí con seriedad.

–¡Madre mía! ¿En verdad te me vas a declarar? –bromeó con los ojos abiertos. Yo ni siquiera sonreí. Mantuve mi semblante serio y tranquilo, mirándolo fijamente–. Bien, bien... Lo siento –Se defendió con las palmas abiertas–. No más bromas... ¿bien?

–Bien. Ahora júralo.

–Lo juro –Afirmó con una de sus palmas levantadas–. ¿Qué es lo que ocurre? –preguntó con la curiosidad desbordándole del rostro.

–Lo que pasa es...

Tenía que hacerlo. Si quería respuestas a mi problema tenía que contárselo. Antes de ir donde El Lojano había pensado mucho sobre lo que haría. No quería que nadie se llegara a enterar sobre todo lo que me estaba ocurriendo. Sin embargo, no podría avanzar sin antes contarle la verdad. La principal razón por la que decidí mantener todo en absoluto secreto era porque no quería que mis amigos me trataran diferente. Pero se podría decir que El Lojano no era mi amigo, no en un mal sentido, sino que no lo había tratado tanto como para llegar a considerarlo así. Sin duda estábamos comenzando a llevarnos mejor, pero estaba seguro de que no me afectaría si su actitud cambiara conmigo. Después de todo, recién lo estaba llegando a conocer...

–Estas bromeando... ¿Verdad? –balbuceó sorprendido. Yo negué con la cabeza, manteniendo mi semblante serio. El Lojano tenía los ojos abiertos como platos, mordiéndose el puño con intranquilidad. Lo más seguro es que estaba tratando de encontrar las palabras adecuadas antes de decir algo. Me podía imaginar a la perfección la incomodidad que estaba sintiendo, su mano detrás de su cuello, mientras se rascaba la nuca con desesperación lo delataba. ¿Qué habría estado por su cabeza en ese entonces?

¿Qué le digo? ¿Lo siento? ¡No! Eso no servirá... Emmhh... ¿Todo estará bien? ¡No! ¡Maldición! ¿Qué debo decirle?

Casi me echo a reír allí mismo al imaginarme todo lo que debería estar pasando por la mente del Lojano. Incluso mis labios se llegaron a curvar levemente, pero por suerte, ese pequeño gesto fue imperceptible para el tatuado.

–Yo... Yo... No sé qué decirte... –masculló con toda la sinceridad del mundo, sonando desquebrajado. Se notaba claramente que no sabía que decir o hacer. ¿Cómo culparlo? ¿Cómo se debería actuar cuando una persona te informa que va a morir? Y peor aún... Enterarse que la tragedia va acompañada con la pérdida de los colores no es algo fácil de tratar. Podía sentir su empatía hacia mí y eso me tranquilizaba un poco. Tenía mis dudas con respecto a contárselo. Me pregunté varias veces si un pequeño rayo de esperanza de recuperar la visión sería suficiente como para que supiera toda mi verdad. Aun así, no me arrepentía en lo absoluto...

–No tienes que decir nada –solté el aire con una sonrisa. Su incomodidad me estaba haciendo el día, en serio.

–La vida es tan injusta... –meditó con la mirada al cielo. Llevó su mano al bolsillo de inmediato y rebuscó con energía–. ¿Podemos ir al río? –preguntó de inmediato–. Necesito fumarme un porro para asimilar toda esta mierda... –Sonreí y me encogí de hombros.

Without ColorsWhere stories live. Discover now