[008] parte I

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Sam había pasado por el infierno, literal y figurativamente. Había sido torturado por el mismo Lucifer. Y sin embargo, nunca había sentido un dolor tan inmenso como el que sintió cuando había recuperado a Anna, solo para que ella abriera los ojos y encontrara a alguien más mirándolo.

Su cuerpo estaba completamente restringido a una silla en el medio de un depósito, con una correa en la barbilla y todo, pero no era su mirada la que salía de sus ojos.

Los mismos ojos que lloraron con y por él. Los mismos ojos que contenían la risa, la lujuria y la adoración. Los mismos ojos que él buscaba cuando sentía que todo el mundo estaba en su contra. La miró ahora y no pudo encontrar nada de esa comodidad, nada de ese amor.

Aún recordaba la primera vez que la había mirado a los ojos. Estaban llenos de secretos y diversión, recordó que sentía que ella sabía todo lo que había que saber... y se reía de él porque no entendía nada.

No imaginaba en ese entonces que se convertiría en su esposa. No se había permitido creer que tal felicidad existiera para él, pero sabía que ella era alguien especial. En el fondo, sabía incluso en aquel entonces, que significaría algo para él.

Que aunque si no la veía otra vez después de ese primer día, nunca olvidaría sus ojos y la forma en que se rieron de él.

Tomó toda la fuerza de voluntad de Sam para no desmoronarse en ese momento. Estaba seguro de que esa era la razón por la que Gadreel había elegido mirarlo fijamente. Porque no se necesitaba ser un genio para saber que Sam estaba roto y Anna era lo único que lo mantenía unido.

Dean tuvo una oportunidad. Todavía era lo suficientemente fuerte como para alejarse de esto sin ella. Destruiría todo lo bueno en él, formaría un caparazón, pero viviría.

Sam no podía hacer eso. Lo sabía desde el día en que salió de ese lugar y convenció a Dean para que ella se les uniera. El manicomio había sido el colmo para él. Había estado preparado para morir allí.

Dean pensó que le había dado esperanza a su hermano, pero nunca había sido él.

Había sido ella. Siempre había sido Anna. 

Ese año que la había perdido, se había sentido bastante conmocionado e intentó encontrarla en otra mujer, pero cuando finalmente se dio cuenta que nunca volvería... bueno, tuvo suerte. Ella y Dean habían aparecido en la cabaña.

Pero ahora estaba de vuelta en esa posición y esta vez estaba preparado. Si Anna murió ese día, no había vuelta al bunker para él. Él no buscaría venganza.

Ya tenía la carta en su bolsillo. Si ella vivía, la quemaría. Si ella moría... la dejaría en el Impala para que Dean la encontrara, luego tomaría la dirección contraría y su hermano nunca volvería a saber de él.

—¿Cas, cómo está todo? —preguntó Dean.

Sam respiró profundamente y apartó sus ojos de los de ella ante el sonido de la voz de su hermano.

Cas se paró al lado de Dean mientras entrecerraba los ojos hacia al ángel en su cuerpo. Sam se preguntó si podría ver su cuerpo o si ella era solo otro ángel para él ahora.

—La mayoría de las heridas de Anna se han curado —respondió Cas—. Yo podría arreglar el resto —luego se dirigió al otro ángel—. ¿Cuál es tu nombre? Pensé que conocía a todos los ángeles del cielo, pero nunca te vi a ti.

—¿Por qué te diría cualquier cosa? —contestó el ángel.

Sam cerró brevemente los ojos y se preguntó si Dean sentía el mismo dolor que estaba sintiendo en ese momento. Su voz nunca había sonado tan fría y cruel.

entre los hermanos | supernatural¹Where stories live. Discover now