LIII: Háblemos

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—Tú tranquilo, Fiana y yo los cuidaremos, ¿Pero estás seguro de hacer esto?

—Sí —Suspiró—. No sirve de nada que llevemos esto a la justicia. A mi lo único que importa, es el bienestar de los niños, y si estamos mal los dos, de nada servirá.

—Okay, cualquier cosa llámame.

—Lo haré, y lo mismo te digo, cuida bien a mis hijos por favor.

—Lo haré —sonrió, mirando ambos hacia el auto donde estaban los hijos de Vicent, y Fiana, esperando a Leo.

—¡Adiós papi! —saludó con su manito Tito, sonriendo.

—Adiós hijo, diviertete y hazle caso a tus tíos.

—Lo haré, saluda a mami.

—De acuerdo.

Esperó a que se fueran, y entró a la casa. Era temprano en la mañana, e Ivanna aún dormía.

No había querido despertarla, no hasta que se hubieran ido los niños, para intentar hablar con ella a solas, tranquilos, como los adultos que eran.

Fue hasta la cocina, y sirvió en una taza café, y en un vaso un poco de jugo de naranja, antes de colocar todo en la bandeja donde ya tenía preparado el resto del desayuno para la castaña.

Había estado toda la noche intentando entender que le pasaba a la madre de sus hijos. Y luego de hablar con la psicóloga amiga suya, había llegado a la conclusión a que quizás estaba sufriendo de depresión post parto, o estaba muy estresada.

Ivanna debía ir a un psicólogo quisiera o no, alguien debía ayudarla.

Entró a la habitación y la vio dormir, hecha un ovillo en la cama.

Se sentó a su lado, y acarició suavemente uno de sus hombros hasta su brazo.

Ella se estremeció, y rápidamente se despertó. Al verlo a él, se reincorporó en la cama, y se cubrió el pecho, ya que la camiseta de tirantes que tenía, se había bajado.

—¿Qué haces aquí? —le inquirió a la defensiva.

Sonrió al ver como se cubría  con las mantas.

—Te he visto siento de veces sin nada, desnuda.

—Tú y yo no somos nada ahora. Y no respondiste lo que te pregunté.

—Te traje el desayuno —le dijo tomando la bandeja que había dejado en la mesa de noche.

Abrió sus ojos sorprendida, sin poder creerlo.

—Y vine porque quiero hablar contigo. Ayer estabas muy... Estresada.

Ella lo miró, y luego tomó la bandeja.

—¿Y los niños?

—Están bien. No quiero pelear, ya no quiero discutir, a ninguno le sirve esto. Ni a ti, ni a mi, y mucho menos a nuestros hijos.

Ella suspiró, y se pasó una mano por la frente y los ojos.

—Habla conmigo, dime que tienes —la alentó el rubio.

—Estoy cansada Vicent, estresada. Me siento frustrada, un fracaso total —le dijo sintiendo que sus ojos se aguaban—. Con Tito no me pasaba esto. Yo podía cuidarlo sola, pero con los trillizos —su voz se quebró, y secó varías lágrimas que mojaron sus mejillas—... N-No puedo... soy una inútil, no sirvo para ser madre. Trato mal a Tito, no le tengo paciencia —lloró—. Soy un asco, no merezco tener hijos tan maravilloso. Y él... É-Él a pesar de que lo trate m-mal, me abraza, m-me dice que me ama... Me sonríe c-como si nada h-hubiese pasado.

Se quebró, cubriéndose el rostro sin poder contenerse más.

—Soy un desastre, soy la peor madre de todas.

Se animó a abrazarla, sin saber como ella lo iba a tomar. Pero lo dejó, porque necesitaba sentirse resguardada, protegida.

—Tranquila, solo estás bajo mucho estrés. No es lo mismo cuidar de un bebé, a tener que hacerlo de tres. No es tu culpa Iva, pero necesitas ayuda. Así como tú me lo dijiste a mí, hace un año atrás, yo te lo digo a ti ahora. Necesitas ayuda de un profesional.

...

¿Sugar Daddy?Where stories live. Discover now