Capítulo 1.

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     Hoy eran de aquellos días en donde sólo quería ocultarme, dormir y soltar todas las lágrimas que había guardado en mi interior desde que mi hogar había desaparecido con la lejanía. 

Era ese día en que se cumplían tres meses y algo más desde el momento en que fui separada de mis padres y alejada de toda mi familia por unos hombres a los que la vida no había tratado bien y aquello los llevó a secuestrar en distintos pueblos a mujeres de familias ordinarias que no podrían hacer nada más que lamentar su repentina desaparición para así poder obtener muchas ganancias en base al sucio trabajo de otras personas, y lamentablemente yo fui parte de ellas.

La primera vez que los vi fue cuando llegaron a Hedeby, el pueblo en donde nací y que me vio crecer entre sus caminos terrosos, en ese momento eran cinco hombres de aspectos lúgubres que hicieron que una corriente de desconfianza bajara por mi espalda. Ellos habían llegado con fuertes corceles acarreando un carromato donde –incluso desde la distancia– podían verse a un montón de mujeres envueltas en elegantes y hasta exóticos vestidos que llamaban la atención de cualquiera que pudiera verlas.

Recuerdo que intenté ignorar el recelo que sus mismas auras me hacían sentir a lo lejos, me convencí de que sólo eran forasteros pasajeros que tenían algún asunto pendiente por esos lares y que no tardarían demasiados días en desaparecer para jamás volver a verlos.

En ese momento no tenía la menor idea de lo muy equivocada que estaba y de cómo esas personas me cambiarían la vida.

Habían sido más de noventa días en los que cada uno se había transformado en una tortuosa eternidad de realidad de la que no podía escapar, cada día que pasaba era peor que el anterior y eso sólo hacía que algo en mi interior se estuviese rasgando, sin saber de qué podría tratarse.

Las horas se hacían largas, desesperantes y asfixiantes cada vez que mi cuerpo era utilizado a merced de cualquier hombre que tuviera el dinero suficiente para poder pagar por mí y así pasar un rato a solas sin ningún tipo de restricción, el que entregaba el dinero podía hacer conmigo y las demás lo que quisiera. La única regla que existía era no asesinarnos porque para nuestros secuestradores éramos como una fuente de tesoros de las que podían extraer todo el oro que quisieran.

Todo era aún más terrible cuando ellos se ensañaban con nosotras por los litros de licor en su sistema que los enceguecía y desencadenaba en golpes sin motivos que nos dejaban cardenales por todo el cuerpo, abusos que dejaban una herida profunda en nuestras almas, e insultos tan elaborados y efectivos que podríamos recordar hasta el día en que estemos por dar nuestro último suspiro con vida.

Teníamos una vida que nadie merecía, una en donde pasábamos las horas bajo el nudo de sogas irrompibles adhiriéndose a la piel de nuestras delgadas muñecas producto de la poca comida que ingeríamos. Obtenían dinero a base de lo que nosotras generábamos al vernos involucradas con hombres pestilentes que sólo provocaban una profunda sensación de asco en medio del estómago de cada una, y como si no fuera lo suficientemente obvio, no nos daban ni la más mínima parte de dinero, después de todo era lo lógico, además de que ellos tenían una única tarea con nosotras y era mantenernos con vida el máximo tiempo que pudieran, ya después de morir podían tirar nuestro cuerpo cerca de alguna calzada para ser el alimento de algún animal hambriento, ya que a ellos no les importaba; ellos buscaban a más mujeres para raptarlas como habían hecho con cada una.

El sol se deslizaba lentamente por el cielo y durante el transcurso de las horas hasta llegar al horizonte y poder regalarnos a todos sus últimos rayos de luz agotada, mis ojos vieron el agotamiento en el rostro de todas las demás mujeres que estaban en la misma condición que yo, y lo cierto es que no era para menos; llevábamos un día completo caminando con nuestros débiles y adoloridos pies producto de un castigo que ellos creían necesario y que había salido repentinamente de sus mentes enfermas y retorcidas que disfrutaban vernos a punto de caer desmayadas, y lo peor era verlos emborrachados sobre el carromato, riendo como si no estuvieran haciendo nada malo.

GOLDEN CROWNWhere stories live. Discover now