Capítulo 26.

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     El sonido del cuerno surcó el aire cuando recibieron a todos los botes en las costas donde los hombres comenzaban a descender a la tierra delante de nuestras narices. El pueblo de Harald se trataba de un poblado rodeado por colinas y bosques con décadas de antigüedad, de la tierra brotaba un aroma pestilente que me hizo arrugar la nariz en cuando estuve en tierra firme.

—Jamás había estado en un pueblo tan nauseabundo. —mascullé notando que el apestoso olor provenía de los cuerpos de tiburones que se secaban al sol, el agua marina se mezclaba con la sangre creando un lodo desagradable que se pegaba a las suelas de mis botas. —Qué peste.

—Pudimos haber regresado a Kattegat. —a mi lado me seguía Hvitserk con la misma fidelidad de siempre, él había sido la única persona que toleró el malhumor que despertaba y dormía conmigo durante todas las últimas semanas que estuvimos en Inglaterra.

—¿Y volver con Lagertha como reina? —carraspeé intentando quitar el desagradable sabor a sal en el fondo de mi garganta. —Prefiero vivir en esta inmundicia antes que ser gobernado por esa mujer.

Hvitserk golpeó mi brazo con el suyo al adelantarme en nuestro camino al salón donde el rey del pueblo debía estar esperándonos, o al menos eso era lo que sus guardias –quienes nos escoltaban- habían dicho apenas bajamos de nuestro drakkan.

—Sería conveniente que mantuvieras la boca cerrada antes de que alguien te escuche hablar. —rodé los ojos. —Esta es la única opción que tienes ahora porque tú y yo no tenemos ningún lugar al que recurrir.

—Sí, y por esa razón te digo, hermano, que la próxima vez que retornemos a Kattegar será conmigo como el rey, o al menos a punto de serlo.

El salón tenía en sus paredes un par de escudos con el símbolo que caracterizaba a los hombres que trabajaban bajo el mando del rey Harald, muchas velas encendidas para apartar la oscuridad del interior debido a que el sol había permanecido oculto entre las nubes desde que vislumbré tierra firme desde el mar. Lo más llamativo era el esqueleto de una ballena que colgaba del techo sobre nuestras cabezas.

—Me sorprendió escuchar que ustedes, muchachos, viajaban hacia mis tierras por asilo temporal. —la voz rasposa de Harald sonó entre las paredes sin dejar de sonreír, la mujer a su lado permanecía impasible que, por cierto, se trataba de Astrid. —¿Por qué no retornaron a Kattegat?

Mi hermano tomó asiento en una de las mesas cercanas al trono mientras que yo opté por caminar hasta posarme delante de ellos, sosteniéndome de mi muleta mientras que dos de mis hombres permanecían custodiando la puerta junto a los guardias de Harald.

Hvitserk se deleitaba con toda la comida y licor que había sobre alguna de las mesas.

—No necesitas al vidente para saber que Ubbe y yo tuvimos demasiados desacuerdos, y por esa razón él se marchó solo a Kattegat después de que Hvitserk le diera la espalda y se quedara a mi lado, apoyándome a mí. —sentí la mirada de su mujer recorriéndome de arriba hacia abajo, inspeccionándome por completo. —No puedo regresar a mi pueblo, no mientras que Lagertha sea la reina.

Todos nos quedamos en silencio, su mujer aprovechó para atraer mis ojos hasta su anatomía e iniciar un tenso mirar que Harald pareció percibir poco después porque intentó hacerlo desaparecer con una sonrisa mientras su mano apuntaba a Astrid, quien no apartaba su afilada mirada de mí.

—Estoy seguro de que ambos recuerdan a mi mujer, Astrid. —por mi parte, sí lo hacía, sí la recordaba, y su sola presencia me causaba una enorme desconfianza sólo por saber que alguna vez había estado del lado de Lagertha. —Ella es ahora mi reina, mi esposa.

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