Capítulo 15.

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     El frío ambiente que nos rodeaba me obligaba a esconderme cada vez más entre el pesado abrigo que colgaba de mis hombros hasta casi rozar el suelo lleno de tierra, pedazos de hojas secas y ramas caídas de los altos árboles que crecían a nuestro alrededor y que, probablemente, guardaban cientos de historia en ellos. Las brisas del viento acariciaban nuestros rostros como un toque casi imperceptible mientras que oíamos cómo el galopeo se oía rápido y produciéndose gracias a los cascos del caballo blanco que se veía entre la bruma, las ruedas de la biga oyéndose por todo el lugar acompañadas por los gritos llenos de emoción que llegaban hasta nuestros oídos.

Todo se sentía cargado de las sensaciones que estaban invadiendo a Ivar y que con simples acciones podía transmitir hasta nosotros, quienes veíamos todo desde un lugar en el que no pudiéramos llegar a interferir en el camino que Ivar le ordenaba tener al caballo mediante las cuerdas que lo ataban. Podía llegar a ver la expresión de regocijo que tomaba su rostro al estar disfrutando del viento en su rostro, acariciando sus mejillas, enfriando sus labios.

Por supuesto que Floki estaría apoyándolo desde tierra, saltando de la emoción incontenible que recorría todo su cuerpo justo a mi lado desde que cayó en cuenta que su obsequio había cumplido su objetivo: darle esperanzas a Ivar. Y sí, hasta yo sentía un manojo de sensaciones que hacían cosquillear mi estómago al ver lo contento que estaba con su regalo, como si se tratara de un niño, pero no podía negar que también existía una pequeña chispa de preocupación que crecía en mí cada vez que el caballo tomaba una rapidez demasiado exagerada para ser utilizada en esas tierras.

—Creo que debería bajar un poco el ritmo, ¿no? —estaba sentada sobre un tronco caído, moviendo de arriba hacia abajo mi pierna demostrándole a cualquiera lo ansiosa que estaba en ese momento, hasta que la biga hizo algo parecido a un brusco derrape que hizo que mi corazón casi lo tuviera en mi boca. —¡Ivar, ten cuidado!

Sentí la pesada mano de Floki caer sobre mi hombro, y por un instante miles de recuerdos espantosos llegaron a mi mente y que provocaron que mi cuerpo se estremeciera por completo, pero inmediatamente intenté apartar esos pensamientos que dejaron mis manos temblando hasta que las deposité sobre mis piernas para hacerlo menos notorio. Luego subí mi mirada hasta unirla con la de Floki, y me sentí terrible al haber pensado un poco en mi pasado cuando en sus ojos no había brillo de maldad.

—Tranquila, todo estará bien. —intenté hacer lo que me pidió, pero me fue casi imposible.

—¿Estás seguro de que no le ocurrirá nada? —mordí mis uñas debido a la ansiedad e intranquilidad. —Quizás podría descomponerse por las rocas, o romperse... Las tierras de aquí no son apropiadas para manejar una biga nueva como la está usando él.

—¿Crees que le hubiera entregado eso si supiera que tiene algún defecto? —se apuntó, orgulloso de lo que había conseguido. —Yo mismo me aseguré de que estuviera todo en orden.

Las risas de Ivar a lo lejos era lo único que podía calmar los asustados latidos de mi corazón, por lo que intenté concentrarme en ellas al estar hablando con Floki. —¿De dónde has sacado ese artefacto? Jamás se me hubiese ocurrido inventar algo así.

Decidió sentarse a mi lado y dejar disfrutar a Ivar en su totalidad, ver la manera en la que él sólo podía divertirse sólo haciendo que el caballo corriera por todos lados y sin enseñarnos atisbo de querer detenerse. —Se lo he traído desde aquellas tierras que rodean el mar mediterráneo.

Me mantuve en silencio hasta que una pregunta interesante apareció en mi cabeza. —¿Y por qué le has dado a algo así?

—Él me lo pidió para poder ir a Inglaterra. Está pensando en no querer arrastrarse por todos lados en esas tierras hostiles, y mucho menos en el campo de batalla. —la piel de mi espalda se erizó al imaginarme aquello.

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