Capítulo 23.

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     Postrada en una cama que no abandonaba, los días pasaban tan lentamente que llegaba a pensar que terminaría por desquiciarme en cualquier instante, sentía que lo haría con tan sólo ver salir el sol temprano por la mañana para atravesar el cielo y caer en el horizonte, para después dar paso a la triste luna que iluminaba la noche con su tenue luz.

La recuperación de mis heridas era paulatina, como el curandero había dicho. Los primeros dos días habían sido importantes para mantenerme en total reposo y así poder espantar gran parte del dolor que me abatía incluso permaneciendo inmóvil sobre la cama que compartía con el menor de los Ragnarsson.

Aquel suplicio pasó hasta que pude empezar a realizar movimientos suaves, pero después de todo, la tristeza que se había hecho parte de mí no me dejaba hacer demasiado, prefería dejar a mi cuerpo enredado entre las sábanas antes de salir al exterior donde podrían hacerme más daño del que ya llevaba por dentro.

Lloraba todo el día, ignoraba a todo aquel que quisiera entrar a mi habitación para dialogar -lo que terminaba por hacerlos irse-, sollozaba a espaldas de Ivar cada noche sin tener el valor de decirle lo que realmente ocurría conmigo para que así pudiera consolarme, mis labios estaban cada vez más lastimados después de estarlos mordiendo por la paranoia, mi mirada siempre se perdía en un punto incierto en el exterior de la ventana mientras me imaginaba una realidad que quería vivir.

—No llores, por favor. —una de aquellas noches, Ivar no pudo contenerse. Escuchó mis sollozos a sus espaldas y no tardó en voltearse en mi dirección para envolverme entre sus brazos, atrayéndome a su pecho donde sentía que nadie podía hacerme daño. —Dime qué es lo que está mal para poder solucionarlo.

—Abrázame más. —las lágrimas mojaban mi rostro y parte de su pecho. Escuchar su corazón era lo que me estaba ayudando a encontrar la calma.

Él suspiró y luego susurró. —¿Qué puedo hacer, valquiria? Pídeme lo que sea.

Sé que vi una gran destrucción en mis ojos cuando me encontré con los suyos, pero guardó silencio. —Lo que realmente quiero ni puedes dármelo, está fuera de tu alcance.

—Dímelo. —negué suavemente.

—Sólo... quédate conmigo. —me acurruqué contra él.

—No pienso irme. —besó mi frente con todo el amor que podía transmitirme. —Te amo tanto que mi corazón duele al verte así.

El desconsolado llanto que se aferraba a mí en momentos inesperados, el odio que crecía en mi interior hacía mí misma, la sed de venganza por esos hombres que me arrebataron mi futuro con sus propias manos, el desprecio por sentirme débil. Todo era parte de la culpa que no quería abandonarme durante los días, tampoco me dejaría descansar en paz por las noches.

Era aquella culpa que terminaría derrumbándome por haber perdido al bebé de Ivar.

Lo peor de cada día era la manera en que Ivar me presionaba por una respuesta que no era capaz de darle, él no tenía ni la menor idea de que estaba embarazada y mucho menos sabía de la pérdida que había sufrido. No quería decirle la verdad porque me aterraba imaginarme su mirada juzgando y odiándome por no proteger a su hijo, no quería oír desprecio en sus palabras.

Quería mantener el recuerdo de sus ojos amándome por un poco más de tiempo.


     Ese día se acababa para mí el silencio en el que me había sumido, me obligué a mí misma salir de la cama con un poco de esfuerzo para poder olvidarme un poco de la pena que tenía, del luto que estaba viviendo. Para mí era mucho mejor si lo hacía en compañía de Hvitserk, a quien se le informó que quería hablar con él, y donde no tardó muchos minutos en llegar hasta mis aposentos.

GOLDEN CROWNWhere stories live. Discover now