Capítulo 7.

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     Había llegado el día que intentaba sacar de mi mente cuando me encontraba sola, quería borrar aquellos pensamientos pesimistas que llegaban a mí en ráfagas llenas de temor y que me dejaban intranquila, sin poder dormir por la noche y creando pequeñas bolsas oscuras bajo mis ojos que le demostraban a los demás lo cansada que estaba. Hoy era el día en que Ivar se marchaba junto a su padre, Ragnar, en un bote rumbo a tierras inglesas contra toda advertencia o ruego por parte de mí o de su propia madre. En esos momentos era muy probable que ambos estuvieron supervisando los últimos detalles para corregirlos para después zarpar, alejarse del muelle, antes del atardecer.

No quería admitir que había conseguido evitar cualquier contacto con Ivar durante aquellas horas en que ponía como excusa el estar muy ocupada y sin tiempo por el entrenamiento que Ubbe me infringía, por otro lado, tenía bastante claro que no hubiera sido agradable para mí ver como Ivar lucía una emoción que intentaba ocultar mientras preparaba algunas de sus pertenecías, cuando en mi cabeza solo existía el recordatorio constante de que él podía no regresar a Kattegat, incluso podía ser que jamás llegara a las costas de Inglaterra porque para ese entonces su cuerpo podría estar perdiéndose en el fondo del mar, donde nadie podría encontrarlo.

El escudo que cubría mi cuerpo de los seguidos golpes de Sigurd temblaba por la poca fuerza que tenían mis brazos, mi respiración salía rápidamente de mis labios junto a una pequeña nube de vapor que contrarrestaba contra el frío clima que tocaba presenciar durante la jornada. Podía sentir el sudor helado cayéndome por la frente mientras sólo me protegía de sus ataques, no atacaba.

Ubbe nos estaba observando a nuestro costado con los brazos cruzados, soltando algunos consejos para que cualquiera de los dos pudiera tomarlo en cuenta y utilizarlo a favor para derrotar al otro.

El punto de ese entrenamiento era derrotar al oponente hasta dejarlo en el suelo, sin posibilidades de defenderse, pero Sigurd estaba resultando ser una oveja en el traje de un lobo. Él no había conseguido herirme en ningún momento, tampoco había logrado desestabilizarme, parecía haberse cegado con los deseos de ganar que no estaba pensando en ninguno de sus movimientos.

Él ya tenía un par de heridas en su rostro o en sus brazos, y yo sólo estaba agotada, deseando terminar ya para poder estar sola y descansando todo lo que no lo había hecho durante aquellas interminables noches.

—Es suficiente. —dijo Ubbe como si hubiera oído mis deseos.

Detuve el último golpe que Sigurd envió con poca fuerza contra mi escudo antes de que se girara a ver a Ubbe con el ceño fruncido.

—¿Por qué? Ninguno de los dos ha caído.

Ubbe se acercó hasta nosotros y tomó el escudo de ambos antes de lanzarlo con un árbol a sus espaldas –donde estaba el resto de las armas-, y luego envío una mirada directa hacía mí que me hizo sentir pequeña.

—Eyra no está del todo concentrada. —tocó el hombro de Sigurd con una sonrisa pequeña y burlesca. —Y aun así es capaz de darte una paliza.

Sigurd frunció los labios, apartándose con un brusco movimiento del toque de su hermano mayor.

—Quizás es porque también estoy un poco distraído.

Ubbe lució interesado.

—Ah, ¿sí? ¿y por qué? —Sigurd movió los labios sin encontrar una respuesta haciendo que yo y Ubbe soltáramos una pequeña risa en conjunto, la cual se la llevó el viento frío poco después. —No tienes excusa, Sigurd. Como hijo del gran Ragnar Lothbrok siempre tienes que demostrar tu valía, frente a cualquier oponente.

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