Capítulo 5.

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     Molesta era poco para lo que realmente sentía después de llegar a mi morada, jamás (durante toda mi estadía por esos lares) me había sentido tan abochornada frente a la pelirroja que me había declarado la guerra desde los primeros días en que comenzamos a intentar tranzar palabras entre ambas. Las simples palabras como lo eran un "cállate y siéntate" habían hecho que me tragara todo mi enojo cuando no estaba acostumbrada a realizar aquello, mis extremidades sufrían temblores solo de la impotencia además de que mis orejas ardían.

Llevaba un tiempo intentando tranquilizarme logrando conseguir una pequeña parte de aquello mientras permanecía recostada sobre la comodidad de mis aposentos, ensimismada por el fuego y la danza de colores amarillos y anaranjados que le brindaba calidez al interior del lugar. Mi mente permanecía en blanco a la vez que sentía como el sueño se iba apoderando de todo mi cuerpo, pero cuando estuve a punto de brindarme un descanso, la puerta se abrió y la figura de Ivar arrastrándose hacia adentro hizo que parte de la somnolencia que adormecía lentamente mis sentidos se fuera.

Sus ojos azules, tan profundos y misteriosos, me observaban fijamente haciendo que mi cuerpo entero reaccionara ante tan ligera conexión entre ambos, pero aún estaba molesta y me negaba a sentir algo por él en esos momentos.

—Pensé que te encontraría dormida. —se arrastró hacia la estera que tenía situada frente al fuego para poder entrar en calor. —Es mejor así. Tú y yo debemos hablar de algo muy importante y que no me dejaste aclarar en el festín. ¿Qué...?

Se tragó sus palabras cuando giré mi cuerpo con lentitud sobre los mantos que cubrían mi cama hasta darle la espalda y dejar caer mis ojos sobre el muro de madera cerca de mi posición.

—¿Me estás ignorando? —fue claro; no llegó una respuesta.

Mi lengua picaba por contestarle, pero lo contrario que realicé fue abrazar mi cuerpo con mis propios brazos escuchando como bufaba con molestia y se arrastraba para quedar cada vez más cerca de mí.

—Oye. —una corriente de electricidad recorrió toda mi espina dorsal cuando la punta de su dedo rozó la piel descubierta de mi nuca, tuve que morder mis labios para evitar soltar un gemido que podría ser malinterpretado. —Te estoy hablando. —susurró.

—Quiero estar sola.

Supe –sin necesidad de verlo– que había rodado los ojos.

—¿Por qué estás molesta, eh? —me giré inmediatamente. El que él estuviera sentado sobre el suelo y yo sobre la cama provocaba que tuviera que mirar ligeramente hacia abajo para unir nuestras miradas.

—¿Aún lo preguntas? —fruncí el ceño. —Me diste las mismas órdenes que se le darían a un perro, peor aún, lo hiciste delante de Sigrid sabiendo que ella tomaría tus palabras a su favor.

No estaba contento, su mandíbula apretada y sus labios frunciéndose en cada segundo me lo demostraba.

—¿Realmente estás enojada por eso? ¿No será que tu molestia es más por lo que te dijeron durante el festín? —no había olvidado lo que dijeron, es más, sus palabras se repetían una y otra vez. El que calla, otorga. —No deberías estarlo porque tú y yo no somos nada.

No podía negar que eso me había dolido.

—¿Las visiones que tu madre ha tenido sobre nosotros no significan nada para ti? —tenía un poco de temor de escuchar su respuesta, la cual tardó en llegar después de lamer sus labios con lentitud.

—Mi madre podría estar equivocándose.

—¿Y si no fuera así?

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