Capítulo 22.

4.3K 265 69
                                    

     Mi presencia alertó por unos segundos a los guardias custodiando la entrada de la catedral. Sin embargo, no pudieron objetar nada ante mis intenciones de entrar por lo que abrieron las puertas para mí causando que las bisagras rechinaran dejándome libre el paso al interior. Todos permanecían en silencio mucho antes de que yo irrumpiera en el lugar, oían con atención lo que la voz de Ivar decía hacia dos personas en concreto: sus hermanos.

Su mirada y la mía se unieron por unos segundos mientras caminaba hacia los hombres que se mantenían sentados sobre sillas cubiertas por suaves pelajes de animales para más comodidad, pero corté aquella unión cuando mi atención se centró en sus hermanos, quienes permanecían en silencio y con los ojos puestos en el suelo, parecían como dos niños siendo reprendidos.

Ellos no habían vuelto durante el amanecer como me habían dicho, habían tardado mucho más causando que me mantuviese despierta y ansiosa durante lo que quedaba de noche. Los había esperado desde lo alto de los muros hasta que mis músculos dolieron llegando a tal punto que me obligué a mí misma lanzarme a la cama vacía -sin la presencia de Ivar, después de todo él despertó muy temprano-, sin poder pegar los ojos.

—Hvitserk. —su cabeza se giró para verme caminando hacia él. Su rostro tenía manchas de sangre seca. Tomé sus mejillas entre mis manos para buscar alguna herida que necesitara de atención inmediata mientras él permanecía en silencio; no podía con la sorpresa. —Por los dioses, tú...

Sujetó mis manos con suavidad, intentó regalarme una sonrisa tranquilizadora que fue un intento fallido.

—No te preocupes por mí, estoy bien... Ubbe fue quien se llevó la peor parte, míralo.

Mi boca se abrió por la sorpresa y se creó un nudo en la boca de mi estómago que me hizo respirar con fuerza cuando vi la gran herida abierta en su rostro. La sangre se había coagulado provocando que ya no siguiera derramándose; la esclerótica de su ojo derecho estaba impregnada en aquel líquido carmesí, tenía un corte vertical en su pómulo, y su nariz tenía una herida que debía ser limpiada para poder sanar con normalidad.

—Ubbe... ¿qué sucedió? —mis manos no fueron capaz de tocar inmediatamente su rostro por temor a empeorar la herida o el dolor que debía estar aguantando. —Tu herida se ve muy mal. ¿Qu-qué puedo hacer?

Ivar permanecía sentado en la zona que más destacaba dentro del templo, donde alguna vez un predicador de los sajones le habló a su pueblo de su Dios. Tenía una mirada petulante, casi como si estuviera disfrutando de la imagen que tenía frente a él.

—Se ven muy sedientos. ¿Acaso lo están? —ambos tenían los labios secos y sí, parecían estar muy sedientos, y aun así ninguno de los hombres que los rodeaba estaba dispuestos a ofrecerles un vaso de agua. Indignada por la actitud de otro, me levanté por mi propia cuenta y le arrebaté el recipiente de agua a un hombre que estaba reacio a soltarlo; serví dos copas para entregárselas a los hermanos bajo el ceño fruncido de Ivar.

Un murmullo se oyó entre las paredes de concreto. Todos se burlaron de la forma desesperada en la que Hvitserk tomó de la copa que le ofrecí rebosante de agua.

—Gracias, Eyra. —Ubbe me lo agradeció antes de beber mientras volvía a retomar mi posición delante de él ya que esperaba que me respondiera. Seguía muy preocupada por su herida, pero Ivar logró acaparar toda su atención.

—Realmente intento no pensar en decirles "se los dije", pero... se los dije. —sentí molestia cuando los hombres rompieron en carcajadas.

—Ivar, nosotros fuimos a...—intentó hablar, pero Ivar no se lo permitió; dispuesto a continuar humillándolos delante de toda esa gente.

GOLDEN CROWNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora