Capítulo final.

6K 332 90
                                    

     Balder ya no era un bebé que necesitaba de los brazos de sus padres para ser consolado cada vez que hacía un mohín, ya habían pasado cuatro años desde la primera vez que mis ojos lo vieron con todo el amor que tenía para derrochar sobre ese pequeño ser. Los años ya habían transcurrido, pero el tiempo no fue suficiente para que Eyra yo dejásemos de amarnos con la misma intensidad que los primeros días de matrimonio, cada día traía algo nuevo a nuestra sagrada unión, desde la toma de decisiones que recaía sobre nosotros por ser los reyes de un pueblo por el que debíamos velar hasta las discusiones que inevitablemente teníamos cada cierto tiempo, las mismas que nos hacían derramar todo el enfado sobre el otro para terminar envuelto entre las sábanas con nuestros cuerpos cubiertos en sudor y las mentes nubladas por los espasmos de orgasmos que quedaban atrás.

El pueblo que gobernábamos había atravesado por algunos cambios notorios, se había expandido sobre una gran cantidad de terreno gracias a la llegada de muchas personas que provenían sobre distintos lugares de la península, todas con las ganas de prosperar en aquellas tierras. Kattegar era un afamado pueblo que muchos conocían, apostaría a que países cercanos habían oído hablar de él.

Mi esposa era un apoyo incondicional que tenía a mi lado todos los días, era ese tipo de persona que buscaba cualquier manera para que los días no se volvieran rutina, siempre velando por la felicidad de nuestro hijo, la mía, y la que teníamos como matrimonio. El pueblo la adoraba porque siempre pensaba en ellos cuando se requerían de ciertas reformas. Balder la amaba, siempre buscando a su madre cuando se le perdía de vista, llevándola a conocer los rincones del pueblo que a él le parecían interesantes, esperando a que cantara suaves melodías en su oreja cuando las pesadillas que los niños tenían no lo dejaban dormir.

Nuestro hijo había crecido bajo una vida normal, tenía un montón de amigos de su misma edad con las que jugaba dentro del gran salón cuando estaba vacío, hacía travesuras cada vez que le quitábamos los ojos de encima, le gustaba jugar con los sirvientes que lo cuidaban cuando nosotros no podíamos estar atentos a él. Era un niño que sólo nos daba alegría con cada mínimo gesto que hacía.

Ese día, temprano por la mañana, tenía Eyra recostada sobre mi pecho desnudo mientras la oía respirar con calma al estar dormida. La noche había terminado hace unas horas atrás, y la única razón por la que había despertado a esas horas, era porque sabía que pronto aparecería mi pequeño saltando con inquietud después de que mi hermano le prometiese visitarlo para jugar. El resto de las mañanas teníamos que turnarnos para despertarlo porque era muy capaz de dormir hasta el atardecer.

Tal cual había pensado que sucedería, sentí un ligero peso sobre mis piernas que se deslizaban lentamente hacia arriba con un poco de torpeza. Eyra comenzó a moverse entre sueños, lo que se movía encima de nosotros la inducía lentamente a despertar.

—Baba...—mi hijo se sentó sobre mi abdomen mientras sus manos se movían suavemente por mi rostro, se le sentía ansioso.

Acaricié la curva de la cintura de Eyra y luego posé mis ojos sobre mi retoño. Hice un gesto con mis dedos para que no hablara tan fuerte, después de todo su madre odiaba ser despertada por ruidos molestos y eso hacía que yo fuera quien pagase con el mal humor que tenía durante aquellos días, aunque ya tenía mis técnicas de disuadirlo. —Tu madre sigue durmiendo, hijo.

Sonreí cuando imitó mi acción para guardar silencio. —No despertar a mamá.

Acaricié su cabeza cubierta de cabellos castaño oscuro como el que tenía yo. —¿Por qué despertaste tan temprano? Seguramente tu tío está durmiendo aún.

—Quiero jugar. —tenía un tierno puchero en sus labios, y al parecer las ganas de salir a corretear por todos lados lo llevaron a saltar sobre mí al punto de causar que Eyra comenzara a despertarse. Él me vio de manera apenada, levantando sus hombros como si esperase una reprimenda de mi parte que nunca llegó. —Lo siento, mamá...

GOLDEN CROWNWhere stories live. Discover now