Capítulo 32.

4.8K 240 65
                                    

     La vida de mujer casada que se presentó ante mí, después de aceptar un compromiso eterno con el hombre al que amaba bajo la aprobación de los dioses, estaba siendo maravillosa. Apenas podía reconocer el sentir de mi corazón todas las mañanas cuando la primera cosa que veían mis ojos al despertar era su rostro lleno de paz, sintiendo sus manos aferrándose a mi cuerpo como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer, y la calidez que su cuerpo me transmitía bajo las sábanas que eran testigos de nuestras noches entremezcladas de pasión y completo amor.

Ivar comenzó a enseñarme una faceta de sí mismo que antes no había visto en su real magnitud. Su sentido de protección y posesión crecía cada día más, al mismo tiempo que lo hacía mi vientre el cual se estaba haciendo cada vez más grande hasta el punto de ser notorio con cualquier tipo de prenda holgada que me pusiera encima, y ese detalle era el que parecía haber tocado profundo en los celos de mi esposo con cualquiera que se me acercara, incluso su hermano había sufrido un par de veces con las peticiones egoístas que exigía por su presencia a mi alrededor.

Yo estaba tan enamorada que nada de lo que hacía parecían defectos. Sentía mi pecho cálido cuando podía ver su rostro enrojecido por la cólera que aparecía cuando alguna persona osada pasaba por alto sus advertencias y terminaba acariciando mi vientre, los pueblerinos valientes me regalaban sus buenos deseos y para el bebé también, pero la cercanía no terminaba por gustarle a Ivar. Fue mucho peor cuando enloqueció por la primera vez que sintió las ligeras patadas de nuestro hijo en mi interior, creí haberlo visto soltar un par de lágrimas de la emoción, pero lucía demasiado avergonzado para admitirlo.

Cinco meses pasaron en un pestañeo. Mi vientre hinchado no le había quitado de la cabeza la idea de hacer algunos sacrificios para que los dioses protegieran al pequeño hasta que fuera capaz de nacer sin problemas y nosotros pudiéramos hacernos cargo de su seguridad. Por consecuencia, hoy era ese día en que esa celebración se llevaría a cabo después de la insistencia del rey.

Ivar se movía de un lado a otro, se le veía nervioso a pesar de que intentase aparentar estar tranquilo, pero no era lo que sus ojos me transmitían cada vez que me daba una pequeña revisión como si quisiera asegurarse de que todo estaba bien conmigo. Él llevaba su pecho al descubierto mientras la pintura en su torso y rostro terminaba por secarse, collares de huesos decoraban su anatomía, y su oscura corona permanecía opaca sobre su cabeza.

—Amor, nuestro hijo lleva mucho tiempo moviéndose. ¿Podrías tranquilizarte? —no mentía. Mi pequeño daba unas patadas debajo de mi mano gracias a que el constante caminar de Ivar comenzaba a irritarme, y por supuesto que el bebé podía sentirlo. —Me estás poniendo nerviosa.

—No puedo. —mordía sus uñas sin dejar de verme con preocupación, su mirada había cambiado. —Debí haberme encargado un poco más de tu seguridad antes de hacer esto. Lo que ocurrió en nuestra boda me está martirizando. ¿Por qué tú estás tranquila? No lo entiendo.

—Han pasado más de cinco meses desde que ocurrió eso. Si quisieran volver a hacernos daño, ¿no crees que lo hubieran intentado antes de esta celebración? Oportunidades tuvieron muchas.

Mi espalda comenzaba a estar adolorida por todo el tiempo que había tenido que permanecer sentada en el trono recibiendo ofrendas que muchas personas deseaban entregarnos en la celebración por nuestra unión matrimonial. Intentaba buscar una cómoda posición para que mis piernas no se durmieran, mi cabeza trabajaba en alguna excusa elegante para poder ausentarme por un tiempo para poder relajarme mientras que Ivar seguía recibiendo obsequios en mi ausencia, pero antes de que media palabra escapara de mis labios, Gunnhild se acercó a nosotros custodiando el andar de un hombre que apenas se veía detrás de su cuerpo.

GOLDEN CROWNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora