Capítulo 14.

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     Desde que era un crío siempre me habían estado rondando un sinfín de preguntas a la cabeza, empezando por querer saber la razón del por qué era diferente a los demás niños que me rodeaban día a día, o por qué sólo yo era quien recibía miradas -desde curiosas hasta extrañas- de las personas que veían mis delgadas y débiles piernas colgar bajo mis caderas. Y por supuesto que el recipiente de todas esas preguntas que me hacía, era mi madre: "¿Por qué ellos pueden correr?", "¿por qué ellos pueden jugar?", "¿por qué ellos pueden ser niños normales, y yo no?".

Crecí con todos esos cuestionamientos que mi madre jamás fue capaz de responder de forma sencilla, ella siempre me brindaba tediosas respuestas que apenas lograba comprender y que creaban confusión y cierto desespero en mi interior. Me crie apartado del resto de los niños que correteaban juntos todas las mañanas, mi manera de "divertirme" era detrás de un tablero de ajedrez teniendo como única compañía la de mi madre... Ella era la única persona que no pensaba que yo había sido castigado por los dioses gracias a tener las piernas con las que nací.

Mis hermanos parecían divertirse con cualquier cosa menos sentarse a estar a mi lado y compartir una parte de su día conmigo. Apenas los veía a la hora de cenar antes de que desaparecieran otra vez dejándome junto a mi madre, perdiendo el tiempo en cualquier sitio en el que ella deseara estar junto a mí. Debía decir que Ubbe había sido el único de ellos que me ayudaba a divertirme fuera del gran salón (quizás porque era el mayor de nosotros y sentía cierta responsabilidad por el resto), él me tomaba entre sus brazos y me subía a una pequeña carreta que Floki me había obsequiado, y luego me llevaba a recorrer todo el pueblo de Kattegat.

Ragnar podía ser un buen padre cuando estaba a mi lado, pero su defecto era que desaparecía durante temporadas enteras cuando centraba toda su atención en los viajes hacia Inglaterra y que llamaban a que muchos hombres fueran rumbo a aquellas costas. Desde pequeño lo había admirado como a ningún otro hombre, me embelesaban las historias que traía desde esas tierras que desconocía completamente, me fascinaba oír todo sobre las batallas en las que estuvo, hasta que un día, una de esas derrotas, hizo que tomara la decisión de abandonarnos a todos: su pueblo, su esposa, y sus hijos.

Pasaron los años, mis hermanos y yo nos hicimos cada vez más fuertes y dignos de ser los herederos legítimos del afamado rey Ragnar.

Me había acostumbrado a la mirada que todo el mundo me daba cuando pasaba a su lado arrastrándome, me resigné a la idea de quedarme como estaba -siendo débil y siempre protegido por alguien más- y decidí convertirme en el más fuerte de mis hermanos, pretendí enfocarme sólo en mí para no tener que sufrir más de lo que ya había pasado durante toda mi vida, pero jamás pensé que cuando llegaría Eyra las cosas cambiarían conmigo. No me veía cambiando de decisión hasta que la observé luchar con fiereza, con una valentía singular contra los hombres que pusieron cadenas sobre sus muñecas y la transformaron en una esclava.

Deseé, desde un principio, utilizarla para mi propio beneficio, pero nada ocurrió como lo había planeado.

Ella desestabilizó todos los planes que había formulado con mi cabeza sin tener que hacer nada, sólo permaneciendo a mi lado en posturas sumisas y acatando cualquier de mis órdenes, sin excepción ni rechistar. Y ahora, en completa tranquilidad y meses después de que la viera por primera vez, la tenía recostada sobre mi pecho con mis brazos envolviendo su esbelta y suave figura, sintiendo como su respiración estaba tranquila además del cosquilleo que sus pestañas hacían sobre mi piel indicándome que seguía despierta, y no dormida como había pensado que pasaría después de sentirla llorar contra mí por un error que había cometido.

Sentía como sus dedos jugueteaban con el medallón de su familia que traía colgado en mi cuello desde que partí rumbo a Inglaterra por primera vez junto a mi padre, y desde ese día que no me lo había quitado en ningún momento del día. Luego recordé que traía algo para ella, ese algo que saqué del bolsillo de mis pantalones sintiendo como observaba mis movimientos con sus bellos fanales.

GOLDEN CROWNWhere stories live. Discover now